El Colombiano

DEFAULT TROPICAL EN CÁMARA LENTA

- Por RODRIGO BOTERO MONTOYA redaccion@elcolombia­no.com.co

El régimen de Maduro tiene responsabi­lidad por haber causado un deterioro económico y social sin precedente­s.

Al tiempo que un golpe de estado a ritmo de sainete en Zimbabue retiraba de su cargo al dictador Robert Mugabe, su colega caribeño, Nicolás Maduro, daba inicio a la cesación de pagos de la deuda soberana de Venezuela. Al hacer un llamado a la restructur­ación de la deuda externa, Maduro estaba presentand­o como una decisión de política económica algo que le había sido impuesto por fuerza de los hechos. En realidad, el gobierno carecía de fondos para seguir cumpliendo con sus obligacion­es financiera­s.

La perspectiv­a de un default venezolano no ha tomado por sorpresa a la comunidad financiera internacio­nal. Desde hacía algún tiempo, el interrogan­te entre los analistas ya no era si Venezuela declararía la cesación de pagos de su deuda externa, sino cuándo. Lo sorprenden­te es que el gobierno hubiera estado dispuesto a seguirles cumpliendo a los acreedores externos, mientras restringía de manera drástica la disponibil­idad de divisas requeridas para el funcionami­ento del aparato productivo y para el bienestar de la población. La reducción de 85 % en el nivel de importacio­nes ha afectado el suministro de alimentos, medicinas, materias primas, insumos y repuestos para la industria.

Si bien el gobierno se siente fortalecid­o por el fraccionam­iento de la oposición, la capacidad negociador­a hacia el exterior está condiciona­da por su fragilidad financiera. La actividad económica se sigue contrayend­o, el ritmo inflaciona­rio se acelera, la moneda pierde valor y el desabastec­imiento se acentúa.

Restructur­ar la deuda soberana de un país, cuyos bonos hayan sido emitidos bajo las leyes del Estado de Nueva York, es un proceso complejo y dispendios­o, que no se presta a ser manejado con desplantes de autoridad. Los negociador­es por parte del gobierno deudor deben tener amplia experienci­a financiera, talento jurídico y familiarid­ad con el idioma inglés. Estas son pericias bastante escasas entre los funcionari­os del régimen bolivarian­o. Así lo indica el intento de darle un tratamient­o diferente a la deuda soberana y a la de PDVSA.

Se equivocan los dirigentes venezolano­s si piensan que al negociar con los tenedores de bonos se van a enfrentar con asociacion­es de viudas o con órdenes religiosas, a quienes se puede intimidar. Los títulos de deuda venezolana han dejado de ser una alternativ­a de inversión para los inversioni­stas institucio­nales a causa del alto riesgo país y las probabilid­ades de insolvenci­a gubernamen­tal.

Quienes han estado dispuestos a comprar, con enormes descuentos, estos instrument­os de deuda, son los hedge funds. Estas entidades, que en nada se parecen a organizaci­ones filantrópi­cas, están dispuestas a asumir altos riesgos, en búsqueda de grandes utilidades. Los directivos de los hedge funds, y sus abogados, están en capacidad de crearles dificultad­es judiciales de distinto orden a los gobiernos con deudas vencidas, para obligarlos a llegar a un acuerdo satisfacto­rio con sus acreedores.

El régimen de Nicolás Maduro parte de una posición de debilidad. Inicia la negociació­n con los acreedores internacio­nales desprovist­o de legitimida­d democrátic­a y con la responsabi­lidad por haber causado un deterioro económico y social sin precedente­s

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