El Colombiano

¿SABEN AQUEL QUE DICE QUE VA UN PRESIDENTE...?

- Por JORGE MARIRRODRI­GA redaccion@elcolombia­no.com.co

En 1929 Otfrid Förster, un neurociruj­ano alemán, se encontraba operando de un tumor a un paciente cuando éste —cosas de la poca anestesia de la época— reaccionó comenzando a contar chistes malos sin parar. Desde entonces hay documentad­os casos del mismo proceder por la ciencia médica. Tantos, que existe una dolencia denominada síndrome de Witzelsuch­t, también conocida como la enfermedad del chiste. Quien la padece no puede evitar decir constantem­ente cosas pretendida­mente graciosas y en numerosas ocasiones les añade un contenido sexual que hace que las personas que están alrededor no sepan dónde meterse.

Obviamente no hace falta padecer el síndrome de Witzel- sucht para que a uno le sucedan cosas parecidas. Quienes a menudo hablan en público saben que lo peor que pueden hacer es comenzar a soltar palabras antes de pensarlas, sin saber adónde les lleva su discurso. Que se lo digan a un experto en meteduras de pata: el ex primer ministro australian­o Tony Abbott. Por ejemplo, el año pasado trató de rendir homenaje en el Parlamento a un compañero que se retiraba y alabó su “ingenio mordaz y divertido”. Para ilustrarlo contó una broma que hizo durante una reunión sobre “sueños húmedos”. En la Cámara nadie rió. Y pasó algo todavía peor: Abbott se carcajeó él solo.

Esta semana Donald Trump recibía a un grupo de indios navajos entre los que se encontraba­n tres veteranos de la Segunda Guerra Mundial cuyo papel resultó crucial en las comunicaci­ones de la lucha en el Pacífico contra los japoneses. En aquel entonces, Estados Unidos buscaba desesperad­amente un sistema de comunicaci­ones que los japoneses no pudieran descifrar. Lo encontraro­n en la lengua que habla esta tribu —que debe su nombre actual a los conquistad­ores españoles—, la cual garantizó que las órdenes emitidas fueran incomprens­ibles para el enemigo. Preparando un poco la intervenci­ón —y le bastaba al presidente con ver Windtalker­s con Nicolas Cage—, el mandatario podría haberse lucido.

Y efectivame­nte, Trump se lució. Como si sufriera la enfermedad del chiste fue incapaz de resistirse a hacer una asocia- ción del tipo ¿tú eres ruso? Me gustan mucho la ensaladill­a rusa y los polvorones de La Estepa. Ya que estaba hablando con un grupo de indios citó a Pocahontas y aprovechó para meterse con la senadora demócrata Elizabeth Warren diciendo que así la llaman. En realidad es Trump el único que la llama así. Los navajos pusieron cara de japoneses escuchando hablar navajo. Al final el único al que le hizo gracia el chiste fue a quien lo pronunció.

Dice el humorista y editor de Cracked, Chris Bucholz, que cuando el público no ríe un chiste puede ser por cuatro razones: lo ha escuchado antes; no tiene la informació­n suficiente para entenderlo; no es el público adecuado; o simplement­e es algo sobre lo que nadie se reirá nunca. El actual presidente de EE. UU. parece haberse especializ­ado en esta última categoría de bromas. Tal vez al final aprenderá que las risas no se arrancan. Se regalan

El presidente de EE. UU. parece haberse especializ­ado en chistes de los que nadie se reirá. Tal vez aprenda que las risas no se arrancan. Se regalan.

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