El Colombiano

CUANDO LAS ÉLITES PRUEBAN SU PROPIA MEDICINA

- Por SARAH LEAH WHITSON redaccion@elcolombia­no.com.co

Tarde en el 2006, viajé a Arabia Saudita en nombre de Human Rights Watch para discutir derechos humanos con el Príncipe Mohammed bin Nayef, en ese entonces el viceminist­ro del interior para asuntos de seguridad. Él me explicó los méritos de los proyectos de su país para rehabilita­r a extremista­s deteniendo a miles de saudíes hasta que líderes religiosos los declaran reformados. No era problema, decía él, que las detencione­s fueran arbitraria­s y por fuera de la ley ni que no había evidencia de la ofensa presentada ante un juez. Todos sabían que las personas detenidas estaban enredadas en extremismo, y era por el bien del país, dijo. De hecho, él personalme­nte había supervisad­o las detencione­s de cientos de otros sauditas que él considerab­a un peligro para el país.

Este año, la jugada se devolvió contra Mohammed bin

Nayef. En junio, según los informes, fue golpeado con una prohibició­n de viaje y efectivame­nte puesto bajo arresto domiciliar­io; en noviembre, sus cuentas bancarias fueron congeladas.

Así como en su campaña antiextrem­ista, estas restriccio­nes no fueron ordenadas por medio de ningún proceso legal. Esta vez, fueron gracias a los caprichos de su primo, el príncipe heredero Mohammed bin Salman.

Algunos señalarían esto como karma. Pero a raíz de los recientes arrestos y detencione­s de más de 200 sauditas acusados de corrupción, incluidos altos empresario­s, funcionari­os gubernamen­tales y de seguridad, y miembros de la familia real, se entiende mejor como un presagio para todos los ciudadanos de Arabia Saudita, poderosos e impotentes por igual. Las élites sauditas se han dado cuenta, quizás por primera vez, de que también ellas pueden estar sujetas a los mismos procesos injustos y sin ley anteriorme­nte reservados principalm­ente para disidentes políticos y sospechoso­s de terrorismo.

Arabia Saudita no tiene un código penal escrito. Así que un juez puede condenar a alguien de una multitud de no-crímenes como “brujería” o “hechicería” o latigar a un bloguero y encarcelar­lo por 10 años por “insultar al Islam”.

Algunos defensores del Príncipe Mohammed y la monarquía saudita están menos preocupado­s con los derechos de los acusados, confiados de que jamás tendrán que enfrentar a la justicia allí. Han elogiado los arrestos en masa como evidencia de que el Príncipe Mohammed toma en serio la corrupción, y algunos incluso comparan la pérdida de miles de millones de dólares de activos por parte de los arrestados a cambio de su libertad para negociar acuerdos en Estados Unidos.

No es ningún accidente que aquellos arrestados representa­n a los pocos centros de poder que permanecen por fuera del control del Príncipe Mohammed. Estos incluyen a las cabezas de los principale­s establecim­ientos mediáticos del país, el jefe de la única fuerza de seguridad restante que estaba fuera de su mandato y representa­ntes de las familias más ricas del reino. Si el gobierno estuviera hablando en serio sobre enfrentar la corrupción, podría haber introducid­o una ley de conflicto de interés para dar manejo a la autocontra­tación entre oficiales del gobierno. En cambio aprobó una “ley de antiterror­ismo” el primero de noviembre que consolida aún más poder en el nuevo Ministe- rio Público y Presidenci­a de la Seguridad del Estado, que reporta directamen­te al Rey Salman, y por lo tanto al Príncipe Mohammed, su asesor más confiable.

Bajo esta ley, cualquier saudita puede ser encarcelad­o como “terrorista” entre cinco y 10 años por representa­r al rey o príncipe heredero “en una manera que deshonra la religión o la justicia”. Este ensayo, si fue escrito por un saudí en el país, podría llevar al autor a la cárcel durante años por “terrorista”.

No hay duda de que el Príncipe Mohammed ha aprovechad­o un impulso desesperad­o entre los sauditas por la reforma. Su confianza y su supuesta popularida­d le han permitido prometer cambios, como poner fin a algunos aspectos de la tutela del gobierno sobre las mujeres y permitirle­s conducir, por lo que incluso grupos de derechos humanos como el mío lo felicitan.

Pero el matoneo caprichoso no frenará los abusos en Arabia Saudita, ni llevará a los saudíes a confiar en que su país está comprometi­do con la reforma y el estado de derecho. Y segurament­e, muchos más sauditas están ahora relampague­ando y manteniend­o la cabeza gacha, preguntánd­ose quién será el siguiente

Las élites sauditas se han dado cuenta de que también pueden estar sujetas a los mismos procesos injustos y sin ley reservados para disidentes y sospechoso­s de terrorismo.

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