El Colombiano

Recordar a la artista Ethel Gilmour desde las letras.

Aunque la artista no era de estas tierras, es como si lo fuera: en su trabajo retrató la realidad colombiana.

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El pájaro está parado en el alambre, en la mitad de dos púas. Es amarillo, la cola negra, mira hacia la derecha. El cielo es azul con algo de blanco, sin nubes. Es una obra de Ethel Gilmour, y al mismo tiempo un sinónimo de la mujer que pintaba: ahí está ella, en esencia.

Ethel es la artista que prefería que se hablara de su pintura como algo simple, más que naif o panfletari­a, o cualquier otro apelativo. A pesar de no ser colombiana, era de estas tierras: su obra daba cuenta de esta realidad, en la que vivió tantos años.

Nació en Cleveland, Estados Unidos, en 1940. Viajó por Europa, fue profesora en Bolivia y arribó a Medellín en 1971, luego de conocer al artista

Jorge Uribe en Rusia, con quien viviría hasta el final de sus días, en 2008. Du- rante ese lapso desarrolló su carrera artística, dejando un legado en el arte antioqueño y colombiano.

La obra de Gilmour es profusa en temáticas y tratamient­os que responden a las relaciones que construyó con su contexto. “Con mi trabajo quiero mostrar la forma como toco al mundo y como el mundo me toca a mí”.

Decía que los perros podían oler a las personas con cáncer. Cuando supo que le iban a hacer una cirugía para extraerle un tumor, dijo: “Los médicos se van a sorprender cuando me abran… porque adentro solo van a encontrar flores y perfume”.

Una postal antioqueña

El Museo de Antioquia tiene en sus exposicion­es permanente­s una de sus obras más representa­tivas, El pueblo y el

guayacán. Es una instalació­n que hace parte de un espacio expositivo que se ve en el museo por estos días para mostrar y recordar su trabajo.

Para ella y Jorge Uribe, los pueblos eran lo más auténtico que tenía Colombia. En esta pieza aparece Ethel pequeña y casi mimetizada ante un enorme guayacán amarillo. El espectador se sienta en un banco, acompañado por sus zapaticos y su chal amarillo. Es como si ella lo acompañara. Para la investigad­ora Imelda Ramírez, “cuando Ethel retrató la violencia de los años 80 en la ciudad, empezó a entender cómo esta podría cambiar la vida cotidiana. Lo hizo de una manera muy especial y testimonia­l de ella como mujer y como ciudadana que venía de otro contexto”.

Para Carolina Zuluaga, directora editorial de la publicació­n Ethel

Gillmour, la artista se “apropió de la iconografí­a antioqueña. Las montañas, casas, mascotas, la riqueza cultu- ral del país y la cotidianid­ad de la gente la llevaron a hacer una pintura muy propia en la que al mismo tiempo contaba historias muy duras que pasaban en Colombia”.

Un hermoso guayacán

Alguna vez dijo Ethel que en su trabajo más que un objeto estético había una imagen hermosa. Quiso que cuando las personas vieran El pueblo y el guayacán expresaran un solo ¡qué bonito!

Un guayacán era más que un árbol; era la memoria de un territorio y un pedazo de corazón. “Espero que quien vea mis pinturas se sienta feliz y que quizá se haga consciente de la poesía que hay en las hojas verdes”.

Con delicadas pinceladas Ethel pinta ese paisaje popular, esos pueblitos, la imaginería religiosa, los animalitos y la violencia en Colombia. Su paso deja una estela de flores y perfume

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Por RONAL CASTAÑEDA FOTO CORTESIA MUSEO DE ANTIOQUIA FOTO CORTESIA MUSEO DE ANTIOQUIA En diciembre estará abierto en el Museo de Antioquia un espacio expositivo con doce obras de Ethel. La pintura fue su principal técnica. También incursionó en la escultura, el performanc­e y la instalació­n.

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