¿POR QUÉ NO SE FESTEJÓ LA PAZ?
El inconveniente consiste en que no le hemos hecho festejo a la paz. El país ha sido tacaño y miope con el momento histórico. Medio siglo de barbarie le obstruyó los órganos de los sentidos. De ahí que cuando dejó de oler a pólvora, se apagaron los tiroteos y desaparecieron las filas doctrinarias uniformadas, la gente creyó que era una película.
Claro, la guerra quedaba lejos, donde viven los campesinos. Las tres cuartas partes de los casi cincuenta millones miraban los ataques por televisión. El secuestro y la extorsión eran las únicas garras urbanas de la contienda. Entonces la dejación de fusiles apareció como función de teatro.
Por eso los políticos que vivieron y viven de la guerra se alarmaron: ¡Ay de nosotros! Es urgente darle vida a la muerte, revivir la matanza. Carecen de otros motivos para seguir ganando elecciones, requieren espantar con miedo.
Desde el lado insurgente y desde los movimientos igualmente doctrinarios, operó un mecanismo inverso: Nos cambiaron el Acuerdo. ¡Traición! Cumplimos y no nos cumplen.
Así se estropeó el festejo por la paz. Tal vez desde los armisticios de las carnicerías del XIX, no existe un pacto de tanto calado histórico como el de La Habana- Cartagena-El Colón. No obstante, nunca sonaron campanas, ninguna reina se vistió para desfile, las orquestas se fueron con su música a otra parte, las niñas lagrimearon con sus cumbiambas postergadas.
¿Qué ocurrió? Sencillamen- te que se le pidió al Acuerdo lo que no podía dar. Está claro que el desarme de la guerrilla mayor no es la paz. Pero también es verdadero que acabar con semejante cuerpo, armado y pertrechado con una ideología decimonónica, antagonizante y orientada a una dictadura proletaria, equivale a dar un salto de humanidad copernicano.
De una firma con “balígrafo” no podía salir una revolución. Reforma agraria, sustitución de cultivos, transformación de la política, abolición de bandas criminales, derrota del narcotráfico son aspiraciones loables. Solo que les quedaban muy grandes a las negociaciones de La Habana.
Se logró lo que era lograble. Se liquidó el anacronismo de una guerra fechada cuando medio globo era azul y medio, rojo. Mas, por estirar las ambiciones, se le dio pretexto a la arenga insensata de una oposición que prendió como fósforo en pajar. Y Colombia acabó temiéndole a la paz y quebrantándose en campos enemigos
¿Qué ocurrió? Sencillamente se le pidió al Acuerdo lo que no podía dar. Está claro que el desarme de la guerrilla mayor no es la paz.