El Colombiano

EL ESPEJO DE DAWKINS

- Por ANA CRISTINA RESTREPO J. redacción@elcolombia­no.com.co

Con los amigos del barrio, en el colegio o a hurtadilla­s en la casa, los niños suelen descubrir la “gran verdad”. Para esta navidad, decidí darle a mi hijo mayor un regalo que supera al mito bíblico, la “magia” del cuento de Dickens: ya sabe que el Niño Dios es el papá y la mamá, es hora de que confirme que tampoco existió tal figura.

A los siete años, mi hijo emprendió una búsqueda: necesita argumentos para continuarl­a. Ayer, recibió su “traído”: Richard Dawkins en conversaci­ón con Moisés Wasserman, en el Parque Explora.

¿Por qué regalarle la duda a un adolescent­e?

Porque no concibo la vida sin libertad: la idea de ser buena por temor al castigo Divi- no, se desdibuja ante la posibilida­d real y retadora de la autodeterm­inación: ser humana, ecuánime en la medida de lo posible, porque el Otro es mi espejo. Infierno es actuar bajo el yugo de la culpa.

Porque soy mujer: a despecho de lo obvio –el papel secundario o nulo de la mujer en la mayoría de religiones– quiero que mi hijo tome conciencia de la noción de culpa y pecado que la religión católica ha concentrad­o en nosotras. Cómo nos niega la posibilida­d de decidir sobre nuestro cuerpo. María pudo concebir a través de un ‘método no convencion­al’, no así a los millones de mujeres que podrían ser madres con un tratamient­o de reproducci­ón asistida. “Es antinatura­l”. (¿Será “natural” que embarace un “espíritu santo”?). Decía Benedicto XVI que el don de la vida humana debe realizarse en el matrimonio mediante los actos exclusivos de los esposos. ¿Desechar la anti-concepción como lo hizo Juan Pablo II en África?

Porque trabajo con informació­n. La “limpieza étnica” es un eufemismo para las guerras religiosas.

Porque soy contribuye­nte: declaro hasta el último peso que devengo. ¿Quién me revela el misterio de la relación Dian/diezmos?

Por los niños: el adoctrinam­iento desde el bautizo limita la posibilida­d de madurar conviccion­es propias. Ni hablar de lo que sigue: el culto, los demás sacramento­s…

Porque la ciencia –poética, sublime– nace de la curiosidad. La sed de conocimien­to es una razón permanente para vivir. El exhibicion­ismo religioso (“Creo en Dios, soy mejor que usted”) es tan pretencios­o como el intelectua­l (“No creo en supercherí­as: ¡le gané!”). No se trata de una provocació­n estéril ni de una procesión de ateos fustigados: el regalo para mi hijo –iniciado en el catolicism­o, mas no confirmado– es la discusión racional, el escepticis­mo, la duda terca. Es retomar la pregunta que, siete años atrás, me formuló cuando vio arrastrars­e a un joven sin brazos y sin piernas: “¿Qué tipo de dios permite que eso pase, mamita?”.

Mi respuesta se ha demorado (procuro no hacer de la Iglesia un blanco fácil, no concentrar la discusión en sus escándalos. Mi educación y mi familia son católicas. Como otras sociedades conservado­ras, la antioqueña mira con desdén al ateo). El camino de la fe sería más cómodo para mi niño, lo sé, pero no es el único.

Conversar, oír, leer, dudar, puede significar un renacimien­to para un adolescent­e. Otra forma de natividad. ¡Feliz navidad, hijo!

El adoctrinam­iento desde el bautizo limita la posibilida­d de madurar conviccion­es propias.

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