EL ESPEJO DE DAWKINS
Con los amigos del barrio, en el colegio o a hurtadillas en la casa, los niños suelen descubrir la “gran verdad”. Para esta navidad, decidí darle a mi hijo mayor un regalo que supera al mito bíblico, la “magia” del cuento de Dickens: ya sabe que el Niño Dios es el papá y la mamá, es hora de que confirme que tampoco existió tal figura.
A los siete años, mi hijo emprendió una búsqueda: necesita argumentos para continuarla. Ayer, recibió su “traído”: Richard Dawkins en conversación con Moisés Wasserman, en el Parque Explora.
¿Por qué regalarle la duda a un adolescente?
Porque no concibo la vida sin libertad: la idea de ser buena por temor al castigo Divi- no, se desdibuja ante la posibilidad real y retadora de la autodeterminación: ser humana, ecuánime en la medida de lo posible, porque el Otro es mi espejo. Infierno es actuar bajo el yugo de la culpa.
Porque soy mujer: a despecho de lo obvio –el papel secundario o nulo de la mujer en la mayoría de religiones– quiero que mi hijo tome conciencia de la noción de culpa y pecado que la religión católica ha concentrado en nosotras. Cómo nos niega la posibilidad de decidir sobre nuestro cuerpo. María pudo concebir a través de un ‘método no convencional’, no así a los millones de mujeres que podrían ser madres con un tratamiento de reproducción asistida. “Es antinatural”. (¿Será “natural” que embarace un “espíritu santo”?). Decía Benedicto XVI que el don de la vida humana debe realizarse en el matrimonio mediante los actos exclusivos de los esposos. ¿Desechar la anti-concepción como lo hizo Juan Pablo II en África?
Porque trabajo con información. La “limpieza étnica” es un eufemismo para las guerras religiosas.
Porque soy contribuyente: declaro hasta el último peso que devengo. ¿Quién me revela el misterio de la relación Dian/diezmos?
Por los niños: el adoctrinamiento desde el bautizo limita la posibilidad de madurar convicciones propias. Ni hablar de lo que sigue: el culto, los demás sacramentos…
Porque la ciencia –poética, sublime– nace de la curiosidad. La sed de conocimiento es una razón permanente para vivir. El exhibicionismo religioso (“Creo en Dios, soy mejor que usted”) es tan pretencioso como el intelectual (“No creo en supercherías: ¡le gané!”). No se trata de una provocación estéril ni de una procesión de ateos fustigados: el regalo para mi hijo –iniciado en el catolicismo, mas no confirmado– es la discusión racional, el escepticismo, la duda terca. Es retomar la pregunta que, siete años atrás, me formuló cuando vio arrastrarse a un joven sin brazos y sin piernas: “¿Qué tipo de dios permite que eso pase, mamita?”.
Mi respuesta se ha demorado (procuro no hacer de la Iglesia un blanco fácil, no concentrar la discusión en sus escándalos. Mi educación y mi familia son católicas. Como otras sociedades conservadoras, la antioqueña mira con desdén al ateo). El camino de la fe sería más cómodo para mi niño, lo sé, pero no es el único.
Conversar, oír, leer, dudar, puede significar un renacimiento para un adolescente. Otra forma de natividad. ¡Feliz navidad, hijo!
El adoctrinamiento desde el bautizo limita la posibilidad de madurar convicciones propias.