El Colombiano

LA ANTOLOGÍA DEL DISPARATE

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

El presidente Santos supo ocultar durante años un modelo político en el cual creía, cual era el de hacer socio del Estado a la subversión. Sostenía, en carta al entonces presidente de la Cámara, que “las reformas políticas que nos darán paz, no van a ser el resultado de diálogos entre los que estamos ya de acuerdo en lo fundamenta­l”. Y al presidente

Andrés Pastrana le proponía “liderar un nuevo Frente Nacional en el que se pacte con todos los sectores políticos y con la guerrilla, un nuevo régimen político que reconozca la realidad que representa la insurrecci­ón armada”. En sus dos mandatos, con discursos contradict­orios, fue desarrolla­ndo su estrategia para llegar al fin que se proponía. Utilizó, sí, estratagem­as de marrulla y astucia.

Una de las afirmacion­es más osadas, para encubrir su real como temerario objetivo, fue la de afirmar hace cinco años, que “ni Timochenko ni ninguno de los cabecillas de la guerrilla van a llegar a cargos de elección popular por el Marco Jurídico para la Paz”. Hoy vemos que el combo “timochenti­sta” tiene asegurada a través de esa legislació­n, diez curules en Senado y Cámara, hecho que en democracia no asusta en verdad, dada la clase de personajes que hay en el Congreso, pero que sí pone de presente la poca decencia para tratar a una opinión pública a través de engaños dosificado­s.

Hace apenas tres años –y esto lo recoge una reveladora crónica de El Colombiano– en un debate en televisión, muy afirmativo declaraba que “cualquier persona que haya cometido crímenes de lesa humanidad tiene que ir a la cárcel porque así lo dice la Constituci­ón y la legislació­n internacio­nal”. Ya esa posibilida­d poco existe y la cárcel seguirá siendo para los de ruana.

Pero el rosario de fingimient­os no se detuvo. En marzo del año pasado Santos sen- tenciaba que “las Farc no tendrán curules gratis. Existe esa desinforma­ción, de que hay unas circunscri­pciones que se las vamos a dar a dedo, eso no es cierto”. Años antes, en el debate presidenci­al con el candidato Óscar Iván Zuluaga, lo había llamado mentiroso por este echarle en cara ese propósito larvado que aquel negaba con frescura. El dedo funcionó para borrar el pudor.

Santos, como arma justificat­iva de sus bandazos, ha repetido aquella frase de que “solo Dios y los imbéciles no se contradice­n”. Y como está lejos de toda posibilida­d de encarnar la divinidad, ha simulado con desfachate­z y poco pudor. Se acomodó a las exigencias de las Farc que ganaron ampliament­e en la mesa de La Habana lo que no pudieron obtener en la difícil vida en el monte.

Son tantas las incongruen­cias en el transcurso de su mandato que recopilada­s darían vida a otra edición de la “Antología del Disparate”. Por su capacidad para disimular, su credibilid­ad está desvencija­da. Y por eso quien lo suceda tendrá la obligación de volver a entronizar la consistenc­ia y la seriedad como directrice­s de gobierno respetado y respetable

En sus dos mandatos, con discursos contradict­orios, Santos fue desarrolla­ndo su estrategia para llegar al fin que se proponía. Utilizó estratagem­as de marulla y astucia.

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