El Colombiano

“LANZA, LLEGÓ TU CARTA”

180.000 mensajes de Navidad alientan a miles de soldados y policías en rincones lejanos del país. Crónica para contar la sorpresa dada a estos héroes.

- Por JAVIER ALEXANDER MACÍAS

Al momento de recibir su carta, Ayala se sintió el soldado más feliz del mundo, o por lo menos, del batallón y sus alrededore­s. Le temblaron las manos mientras abría el papel llegado de cualquier rincón del país, repasó una y otra vez cada línea de esa letra infantil, recordó cuando se fue de Quibdó a enrolarse en el Ejército sin decirle nada a su madre, y soltó una sonrisa tímida y tan blanca, que contrastó con su piel negra tostada por el sol chocoano en 20 años de vida.

Fue un agradecimi­ento eterno, plasmado sobre una misiva de colores vivos que llegó en una caja de cartón en un avión Hércules de la Fuerza Aérea y que, junto a otros 900 textos, serían entregados a los policías y militares que cuidan Mitú, un municipio que padeció la embestida de las Farc en 1998, pero en el que hoy, 19 años después de aquella toma guerriller­a, parece fundirse en la modorra de las 2 de la tarde adormecido por el paso del río Vaupés.

“No te conozco, pero sé que eres un héroe que está lejos, que a veces no duermes por cuidar de los que estamos celebrando esta fecha y por eso te digo gracias. Y te deseo feliz Navidad y que Dios te proteja y te bendiga”, expresaba aquel papel marcado por Sara Julieth, la niña que pintó dos corazones rojos como muestra de su afecto interminab­le y estudia en el colegio José María Escrivá de Balaguer, en Chía, Cundinamar­ca.

Las palabras de Sara Julieth retumbaron en la mente del soldado “Ayala Rodríguez Víctor”, como se presenta el militar cada vez que es requerido. Al leer sintió la nostalgia que trae consigo la lejanía y repasó en su memoria los rostros de su esposa, de su hijo y de su madre. Sintió ganas de llorar pero se contuvo, y sus ojos vidriosos delataron parte de esas debilidade­s que cada soldado esconde bajo el uniforme.

Ayala llegó hace ocho meses al Ejército. Lo hizo con “la esperanza de un futuro mejor”, con el deseo de convertirs­e en un hombre “hecho y derecho”, como le decía su madre, y con la convicción de sacar adelante a su familia. Estuvo 120 días en Bogotá, y apenas juró bandera y cambió la sudadera negra y la camiseta verde del recluta por el camuflado del soldado, fue trasladado a Mitú a limpiar y ensayar las armas que utilizan los compañeros que se internan en el monte por días, incluso meses. “Es una tarea fácil, pero de mucho cuidado. La responsabi­lidad de la seguridad de mis lanzas, de una región y del país está en mis manos”, cuenta.

A pesar de su corta vida militar, Ayala ha sentido la rudeza del entrenamie­nto como soldado, el mismo que templa el espíritu como se templa el acero de la espada en el fuego. Se levanta a las 4: 30 a.m., se baña y se pone el camuflado, desayuna, pasa al entrenamie­nto físico, luego a instrucció­n militar y después a desarrolla­r sus tareas de soldado.

Sus noches en la garita (torre de vigilancia), cuando tiene que cuidar el batallón, y la responsabi­lidad de la vida de sus compañeros está en sus manos, lo asaltan las dudas. Estar ahí, solo, en silencio, pero con los ruidos de la inmensidad de la selva revolviénd­ole la mente lo han he- cho pensar si vale la pena cada sacrificio, cada levantada temprano, cada acostada tarde y cada vigilancia nocturna. Sumergido en sus pensamient­os recuerda cuando pensó en irse al Ejército. Sentado en su casa, allá en la lejana Quibdó, un día antes de enrolarse, vislumbró que esa sería su última comida casera en mucho tiempo. Saboreó despacio cada patacón verde, masticó ensimismad­o el pescado frito sacado esa misma tarde del río, y se comió lentamente el arroz con coco, hasta se despidió de este, porque desde el día siguiente y hasta su regreso, no volvería a probar la comida hecha con amor de madre.

Desde su llegada a Mitú, Ayala se alejo de la realidad. No sabe qué sucede afuera, en la Colombia acosada por casos de corrupción, con un Acuerdo de paz estancado y con los colombiano­s que a veces se les olvida que hay otro país, el rural. Se entera a medias por los escasos minutos que tiene para ver televisión. No tiene una carta familiar, nunca nadie le ha escrito, no porque lo hayan echado al olvido, sino porque sus allegados no saben hacerlo. Solo una foto lo consuela en las noches que echa de menos a su esposa, su hijo y su madre.

Por eso, recibir la carta de Sara Julieth lo hizo sentir otra vez importante, lo hizo sentir que levantarse temprano, entrenar, ponerse un camuflado, cantar el Himno Nacional, vigilar, son tareas rutinarias de un soldado que sí le importan a los ciudadanos, a los que están en sus camas calientes cada noche, mientras que él, como miles de militares en el país, tiritan de frío en una garita bajo el cielo nocturno.

“Sara Julieth: muchas gracias por desearme feliz Navidad. Siéntete feliz y que Dios te bendiga. Gracias”, fue la respuesta de Ayala a la carta de su desconocid­a remitente.

“Llevo 10 años en la Policía y siempre pienso que lo más importante es servir a la gente. Uno solo piensa en ayudarlos”. LIBIA ORTIZ Patrullera de la Policía

 ?? FOTO JULIO CÉSAR HERRERA ?? Las miles de misivas escritas por estudiante­s de todo el país llegan en aviones de la Fuerza Aérea a sitios remotos, para decir gracias a los soldados y policías que, lejos de sus familias, garantizan seguridad y orden a lo largo del año, pero en especial en diciembre. Así son las cartas al soldado desconocid­o.
FOTO JULIO CÉSAR HERRERA Las miles de misivas escritas por estudiante­s de todo el país llegan en aviones de la Fuerza Aérea a sitios remotos, para decir gracias a los soldados y policías que, lejos de sus familias, garantizan seguridad y orden a lo largo del año, pero en especial en diciembre. Así son las cartas al soldado desconocid­o.
 ??  ?? Por estos días Mitú vive en completa tranquilid­ad. Víctor Ayala y Libia Ortiz también recibieron una
Por estos días Mitú vive en completa tranquilid­ad. Víctor Ayala y Libia Ortiz también recibieron una

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia