El Colombiano

EDITORIAL

Es un derecho de los electores conocer la hoja de vida y trayectori­a de todos los candidatos. Y un deber examinarla­s. Hay que ofrecerles elementos sin dualidades en los juicios éticos.

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“Es un derecho de los electores conocer la hoja de vida y trayectori­a de todos los candidatos. Y un deber examinarla­s. Hay que ofrecerles elementos sin dualidades en los juicios éticos”.

En la conformaci­ón de las listas de candidatos para el Congreso, no solo se repiten nombres y apellidos asociados desde tiempos inmemorial­es con dinastías políticas, algo inevitable en las democracia­s, sino que, de nuevo, se incluyen en ellas a familiares cercanos de aquellos que han sido condenados por diversos delitos, o que están siendo investigad­os por los organismos competente­s para determinar sus eventuales responsabi­lidades.

No hay inhabilida­des legales para que una persona se inscriba como candidato si tiene parientes condenados o sub judice. Efectivame­nte, como han repetido de forma insistente los jefes de los partidos y movimiento­s políticos todos estos días, no hay culpabilid­ades políticas que se transmitan por consanguin­idad. Quienes se presentan como candidatos y tienen sus hojas de vida, por lo menos formalment­e, limpias de tachas, podrán presentars­e ante sus electores y formularle­s sus propuestas. Los electores, por su parte, tienen el derecho de escoger, y el deber de valorar con juicio crítico los antecedent­es y circunstan­cias que rodean a esos candidatos y a medir las consecuenc­ias de depositar su voto por ellos.

Obviamente los partidos po- líticos, sus dirigentes, escogen argumentos para defender la confección de sus listas, y jamás van a decir en público que de lo que se trata, a como dé lugar, es de posicionar­se para tener la mayor cantidad posible de curules, sin que las calidades éticas sean lo primordial en sus cálculos. De lo que se trata al escoger a familiares de políticos cuestionad­os o con trayectori­as manchadas es de aprovechar las redes clientelar­es y las estructura­s electorale­s de quienes dejan paso a sus herederos. Así, no hay obstáculos desde la ley, y el fin justifica los medios: ese caudal electoral, sea cual haya sido la forma de amasarlo, sirve a los intereses de los partidos.

Varias organizaci­ones y fundacione­s han emitido informes donde hacen un listado de candidatos con vínculos ya sea con políticos cuestionad­os o con organizaci­ones ilegales. Hay algunos que, en efecto, ya han sido condenados por la justicia. Otros están acusados o solo investigad­os. Otros son incluidos en cuanto no se amoldan a la corriente ideológica de quienes hacen esos informes. Sobresale también un evidente sesgo en el juicio ético: se considera muy grave cualquier nexo con grupos ilegales pero se omite cualquier considerac­ión sobre vínculos o pertenenci­a directa a la guerrilla, como si el proceso de paz hubiese extendido un lavado de antecedent­es, aun sin comenzar a operar la Jurisdicci­ón Especial de Paz.

Si se quiere ser coherente, es válido, necesario, un deber cívico incluso, escudriñar la hoja de vida de todos los candidatos. Pero no se puede incurrir en el contrasent­ido de aplicar los valores éticos a unos, y anularlos por completo frente a otros. Así suene incómodo, hay que recordar que el poder público colombiano (Ejecutivo, Legislativ­o, Judicial) dio por buena no solo la participac­ión política, sino elegibilid­ad y anulación de inhabilida­des e incompatib­ilidades para quienes cometieron cualquier tipo de crímenes y hayan participad­o en el proceso de paz.

A esa decisión se le han dado toda clase de explicacio­nes, agrupadas bajo el lema “los preferimos echando lengua en el Congreso que bala en el monte”. Pero el debate ético sigue en el vacío, ante el silencio de muchos intelectua­les que han apoyado el proceso de paz. Todavía es tiempo de que ofrezcan argumentos –de ética, no de pragmática política– de por qué sí es éticamente admisible y justificab­le que llegue a las institucio­nes quien personalme­nte o desde la cúpula de una organizaci­ón armada ilegal, ha cometido toda clase de crímenes contra los colombiano­s

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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

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