LA PALABRA ES PICARDÍA
Hay una palabra que está en los actos y omisiones actuales y pasados y propios de la idiosincrasia de este país. Es picardía. Reúne todas las condiciones necesarias para que se escoja como el vocablo del año, pero también de la época y, por qué no, de una historia larga y compleja en la cual ha sido característica distintiva la malicia, acompañada en incontables ocasiones de la mala fe.
Algunos analistas de lo que ha pasado y dejado de pasar en 2017 dicen que la palabra del año es corrupción. También puede ser, pero no se pronunciaría con tanta frecuencia ni estaría en la memoria y las agendas de tanta gente, bien o mal intencionada, si no fuera porque la fundó la picardía, entendida en el sentido negativo, dañino, destructor de las costumbres honorables, y no en la definición y el uso ino- fensivos y en cierta forma celebrables, como cuando se habla de travesuras infantiles.
Cuando el actual mandatario era candidato elogió la picardía una mañana por la radio. El periodista le replicó para advertirle que se trataba de una expresión impertinente. Sin embargo la defendió. Y ha seguido defendiéndola, por todo lo visto, en sus actuaciones de gobernante. La picardía se institucionalizó y desinstitucionalizó todos aquellos términos y conceptos que se le opongan. Lo que no sea fruto de la picardía carece de valor, para los estándares axiológicos acomodaticios del nuevo estilo de hacer política, de legislar, ejecutar y juzgar.
Nada tiene que ver la picardía de los tiempos actuales con la tendencia literaria de la picaresca establecida al final del Siglo Dieciséis y en el Diecisiete en España, cuan- do fueron publicándose La vida del Lazarillo de Tormes y de sus venturas y desventuras; Guzmán de Alfarache, atalaya de la vida humana, de Mateo Alemán; El buscón, de Quevedo, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños. Estas obras se leen hasta con fruición. Son, hoy en día, casi bobaliconas, si se las compa- ra con la picardía y el cinismo imperantes, incluso en contra de elementales recomendaciones de Maquiavelo para que el Príncipe al menos aparentara honradez.
La picardía de este año que se extingue nada tiene que ver con la gracia simple para sacar provecho de algunas situaciones, como se dice del folclórico pobre diablo conocido como el pícaro montañero, ni con las pilatunas de los niños o los embustes y mentiras piadosas de los adultos el Día de Inocentes. Aunque el mismo Diccionario trata con sospechosa indulgencia la definición de picardía, sí admite definiciones como las de “intención o acción deshonesta o picante”, y al pícaro lo trata como “tramposo y desvergonzado”, “dañoso y malicioso en su línea”. La palabra es picardía. Del año y quién sabe de cuántos más
Lo que no sea fruto de la picardía carece de valor, para los estándares axiológicos acomodaticios del nuevo estilo de hacer política, de legislar, ejecutar y juzgar.