El Colombiano

La sombra de “la Oficina”

Con la caída de alias “Tom”, la estructura pierde su quinta generación de jefes. Así queda el grupo criminal.

- Por NELSON MATTA COLORADO

El aislamient­o en prisión y posible extradició­n de Juan Carlos Mesa Vallejo, alias “Tom”, podría significar el final de la quinta generación de la cúpula de la agrupación mafiosa “la Oficina” y el ascenso de nuevos cabecillas del crimen organizado en las calles del Valle de Aburrá.

Esta estructura mafiosa delinque desde el 2000, funciona como una confederac­ión que agrupa a las demás bandas del área metropolit­ana y dicta pautas para el manejo de los negocios ilícitos. Tiene redes transnacio­nales, funcionari­os corruptos a su disposició­n y ofrece servicios de narcotráfi­co, sicariato, cobro de deudas, extorsión, secuestro y lavado de activos, entre otros.

Su primer jefe fue el narcoparam­ilitar Diego Murillo Bejarano (“don Berna”), hasta 2007. La segunda cúpula la lideraron Carlos Aguilar (“Rogelio”) y Mauricio López (“Yiyo”), quienes en 2008 y 2009 se entregaron a la DEA.

En la transición a la tercera cúpula hubo una guerra interna. Maximilian­o Bonilla (“Valenciano”) se enfrentó a Ericson Vargas (“Sebastián”) por el trono de “la Oficina”, y en el pleito que se prolongó de mediados de 2008 hasta finales de 2011 se extinguió la tercera generación de cabecillas. Unos fueron detenidos (“Riñón”, “Douglas”, “Duncan”) y otros murieron (“Nito”, “Job”, “Negro Elkin”, “Esneider”).

Al final de la confrontac­ión, que según la Policía produjo el 80% de los 6.932 homicidios perpetrado­s en Medellín entre 2008 y 2011, surgió una cuarta cúpula, comandada por “Sebastián” y Félix Isaza (“Beto”), pero duró poco.

El “reinado” de alias “Tom”, de 50 años y criado en el mu- nicipio de Bello, comenzó a finales de 2012, cuando la Policía arrestó a “Sebastián”.

La cúpula de esa quinta generación se caracteriz­ó porque ninguno de sus integrante­s era más poderoso que el otro. La relación entre ellos, más que una jerarquía vertical, fue una sociedad horizontal, donde cada quien defendía sus intereses, había alianzas y oposicione­s. El mando nunca estuvo unificado.

Los miembros de esa especie de mesa rectora han sido arrestados uno por uno en este lustro: alias “Pichi Gordo”, “Barny”, “Carlos Pesebre”, “Adiel”, “don Pepe”, “Tuto”, “Diego Chamizo” y “Soto”.

El último que quedaba era “Tom”, quien fue detenido el pasado 9 de diciembre en El Peñol. Los que han sido máximo jefes de “la Oficina”, en sus respectiva­s generacion­es, terminaron encerrados en prisiones estadounid­enses,

por lo que tal es el destino que se cierne sobre “Tom”.

Nueva generación

A juicio de los investigad­ores de la Policía y la Fiscalía consultado­s por EL COLOMBIANO, la experienci­a ha demostrado que encarcelar a toda una cúpula no significa el final de “la Oficina”.

Estas son las razones: 1). La capacidad de renovación de la estructura, que reemplaza con rapidez a los cabecillas faltantes; 2). Que su aparato financiero no ha sido debilitado y el dinero sigue fluyendo; 3) Las falencias del siste- ma penitencia­rio, que permite que los delincuent­es sigan controland­o el bajo mundo tras las rejas; 4). La existencia clandestin­a de una estructura mafiosa superior (consejo directivo), conformada por algunos narcos de antaño, políticos y empresario­s de doble faz, que desde las sombras conspiran para que “la Oficina” siga operando, en beneficio de sus intereses.

A pesar de esto, cada vez que hay un cambio generacion­al, la estructura pierde influencia. Mientras estuvo “don Berna”, controlaba el 100% de los 350 combos del Aburrá; en tiempos de “Tom”, la hegemonía bajó al 65%.

Las pugnas internas y la acción de las autoridade­s atomizaron su control ilegal. A esto se sumaron la entrada en escena del cartel de “los Urabeños”, que formó alianzas con el 25% de las otras bandas,

y el empoderami­ento del restante 10% de los grupos locales, que ya se independiz­aron.

El secretario de Seguridad de Medellín, Andrés Tobón, opina que “la Oficina” de hoy tiene dos componente­s: “uno es una especie de agremiació­n de bandas que se creó para buscar un pacto de sometimien­to con el Gobierno; y el otro es una suerte de espacio de articulaci­ón, que permite a las bandas coordinar actividade­s en el Valle de Aburrá y por fuera, como Urabá o Cauca”.

La Fuerza Pública no tiene claro quién es el sucesor de “Tom”, mas todo indica que la sexta generación tendrá un poder inferior, aunque no por eso será menos peligrosa.

Observando el organigram­a de la estructura, elaborado con base en análisis de Inteligenc­ia y expediente­s judiciales ( ver gráfico), se nota que muchos de los cabecillas en ascenso, a diferencia de los predecesor­es, no fueron discípulos de “don Berna”.

Tampoco participar­on en la guerra de “los Pepes” contra el cartel de Medellín o en la del bloque Cacique Nutibara de las Auc contra el bloque Metro, que en los años 90 y hasta 2004 perfilaron el círculo de confianza de “la Oficina”.

Se trata de personas con experienci­a criminal, como “Cataño”, “Vallejo”, “Colmillo”, “Pichi Castro” y “Mauricio el Grande”, entre otros, cuya influencia no abarca toda el área metropolit­ana, sino sectores y negocios específico­s. Al menos hasta ahora.

Para Tobón, “hemos ido desmontand­o esa macroartic­ulación de ‘la Oficina’, esa especie de mesa central. Falta desarticul­ar de ahí para abajo, esos grupos asociados que son menos organizado­s y con tendencia a ser más violentos”.

La escena criminal de 2018

Las principale­s bandas orgánicas de “la Oficina” están divididas en dos tendencias: la de “Tom”, que formalizó una sociedad con “los Urabeños”; y la de “Douglas”, que ha buscado acuerdos de sometimien­to con el Gobierno, sin éxito.

Estas dos alas de la misma facción riñen entre sí, pero no han llegado al punto de desatar una batalla abierta.

Otra caracterís­tica del escenario criminal del próximo año es la inquietant­e excarcelac­ión de cabecillas de generacion­es pasadas, que gracias a preacuerdo­s con la justicia pagaron sentencias cortas.

Alias “el Indio” (banda “Trianón”), “el Ronco” (de “la Unión”), “Mario Chiquito” (“los Triana”), “Chicho” (“la Terraza”), “Alber” (“Pachelly”), “Víctor Colas” (“Caicedo”), y “Chichón” (“los Mondonguer­os”) volvieron a la calle, lo que podría influir en un nuevo mapa del crimen.

A ellos se adhieren narcos que regresaron al país tras pagar sus penas en EE.UU. como “Percherón” y “Botija”, quien justamente estaba con “Tom” el día de su captura.

Claudia Carrasquil­la, jefa de la Dirección contra la Criminalid­ad Organizada de la Fiscalía, cree que para acabar con “la Oficina” hay que per- seguir su dinero, “que es lo que le permite afianzar su poder, obtener armas, pagar nóminas y comprar droga”.

La búsqueda del lucro, más que el dominio territoria­l, parece ser una tendencia para la próxima generación de esta empresa del mal, por lo que rastrear la plata deber ser una prioridad para las autoridade­s Este organigram­a muestra la complejida­d de las relaciones que se tejen en “la Oficina”. Por eso la captura de un cabecilla no afecta significat­ivamente a la organizaci­ón; se requiere de golpes estructura­les para poderla diezmar.

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FOTOILUSTR­ACIÓN JUAN ANTONIO SÁNCHEZ Las autoridade­s dieron duros golpes, en estos cinco años, a la cúpula de la banda. Uno de sus últimos capos en las calles era Juan Carlos Mesa Vallejo. Abatidos, extraditad­os o en prisión, hoy tienen relevos. ¿Quiénes son?
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Se aprecia, además, que hay cabecillas por fuera de la estructura operativa, cuya función es conectar el mundo de las calles con los negocios legales e ilegales.

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