El Colombiano

EL PROTAGONIS­TA DEL AÑO

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

Nuevamente el gran protagonis­ta de este 2017 fue la corrupción.

El año se abrió con los escándalos de la firma brasilera Odebrecht que contaminó las campañas presidenci­ales de 2014. Y como aquí “todo nos llega tarde, hasta la muerte”, apenas en este año estalló la bomba que destruyó la poca honradez institucio­nal que ha ido quedando en la política nacional.

En el transcurso del año reventaron escándalos a granel. Reficar y Ecopetrol. Electricar­ibe y el cartel de la Toga. Los célebres Papeles de Panamá, sociedades de cartón para evadir impuestos, en donde hay encopetada­s figuras de la sociedad colombiana, que parecen gozar de impunidad. No había día en que el país dejara de conmoverse –así tenga ya copada la capacidad de asombro– por escándalos y más escándalos. Estos se han sucedido sin solución de continuida­d. Hubo, es cierto, detencione­s y procesos pero aún están en lista de espera numerosas investigac­io- nes que caminan hacia la prescripci­ón, como camina la lisiada justicia colombiana.

Las últimas desvergüen­zas para enmarcar este cuadro dantesco de la corrupción, tienen que ver con los sobrecosto­s pagados en 2012 en la Cumbre de las Américas celebrada en Cartagena. La Cancillerí­a, según la Fiscalía, es la gran sindicada del despilfarr­o. Y en escena también aparece la reconstruc­ción de Gramalote en donde muchos “comieron” a costa del dolor humano. Aquí el reato de conciencia hace mucho tiempo desapareci­ó de la ética nacional.

La mermelada oficial se volvió hostigante. Por pailadas la produjo el Ejecutivo. Quedaron los congresist­as tan hastiados que al final muchos le dieron la espalda al Gobierno. Ya los altos niveles de diabetes abren diagnóstic­os como de amputar miembros vitales al cuerpo político que dejen en riesgo las posibilida­des de reelección parlamenta­ria.

Ante tanta corrupción, la gente se pregunta ¿para qué más reformas tributaria­s como las que anuncian economista­s alcabalero­s, con el objeto de que no descertifi­quen la Nación aquellas institucio­nes de riesgo país, si esos dineros se van prioritari­amente a oxigenar la corrupción y el despilfarr­o? ¿Para qué más reformas impositiva­s con estas manipulaci­ones inescrupul­osas del gasto público, cada vez más irracional?

Mientras no haya un mínimo de honradez, mientras la pulcritud en el manejo de los recursos públicos siga siendo una planta exótica, mientras los gobiernos propicien el derroche, toda reforma fiscal se irá por las alcantaril­las del despilfarr­o.

¿Hasta cuándo la corrupción seguirá siendo la pala- bra/personaje del año? ¿Cuándo habrá un gobierno austero y pulcro en el manejo del gasto del Estado? ¿Cuándo tendrá Colombia un gobierno que opere bajo sistemas de transparen­cia moral en sus decisiones y respetuoso de la independen­cia y equilibrio entre los órganos del poder público para no someterlos a la compravent­a de conciencia­s que origina erogacione­s cuantiosas en las débiles finanzas oficiales?

Y por último, ¿cuándo será que dentro de este pomposo y “cacareado” estado de derecho, prime más la corrección en la aplicación de las normas éticas que la vigencia de lo fáctico como factor de alcahueter­ía, de sometimien­to y enriquecim­iento ilícito?

Cuando todas estas lacras morales por lo menos se aminoren, podremos decir que tenemos democracia transparen­te y no democracia turbia

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