ES LA ESTÉTICA, ESTÚPIDO
El principal argumento es estético. No ético ni político ni sociológico ni histórico. Que sea estético equivale a afirmar que se trata de la mayor determinación humana. En efecto, los hombres somos más vibración que pensamiento, más tripas que cerebro, más arte que inteligencia.
Pues bien, la bronca en torno de “todos y todas” se resuelve entonces desde criterios de encantamiento. Sobre todo porque estamos en el terreno del lenguaje. Las palabras nacieron como canto, susurro y conjuro. Las primeras gargantas las entonaron como agradecimiento, mimo o ensalmo contra el pavor.
En el orden del tiempo primero fue la poesía y más tarde la prosa. Los aedos y juglares bailaban, hacían mímica, teatro, toca- ban liras o tambores, pronunciaban rapsodias, hacían líricas a héroes y titanes. El pueblo tomaba con alivio su licor de sentido.
Cada palabra vale lo que pesa en oro porque va originando el universo de oro para las gentes de cada edad de oro. Los vocablos son benditos, es decir “bien dichos”, o no son. La mejor historia de los siglos es el despliegue literario de las hazañas y de la vida cotidiana hecha gesta.
Así las cosas, atiborrar los textos con maledicencias, es decir con palabras ‘mal dichas’, es conspirar contra el trasluz del cosmos. Por eso el lenguaje políticamente correcto de la inclusión de género es una aberración. Lo políticamente correcto no siempre es estéticamente correcto. Con frecuencia sucede lo contrario: es estética- mente abominable.
Es justo discutir acerca del origen del ninguneo de las mujeres, de la opresión masculina sobre la mitad femenina del mundo. Retroceder diez mil años, cuando terminó la fase matriarcal de la historia, y pre- guntarse por qué en todas las civilizaciones los machos forjaron con rabia la misoginia.
En cambio es injusto achacarle al lenguaje el delito de menosprecio hacia las mujeres, que son la porción eminente de los terrícolas. De la misma manera es ilusorio imaginar que, saturando los textos con repetición de género masculino y femenino, las damas verán solucionado su legítimo reclamo milenario.
El idioma incluyente excluiría el ritmo, la armonía y la melodía del lenguaje. Haría interminables los párrafos e insufribles las páginas. Duplicaría el papel y los caracteres necesarios para enamorar a las perennemente discriminadas
Atiborrar los textos con maledicencias, es conspirar contra el trasluz del cosmos. Por eso el lenguaje políticamente correcto de la inclusión de género es una aberración.