El Colombiano

ES LA ESTÉTICA, ESTÚPIDO

- Por ARTURO GUERRERO arturoguer­reror@gmail.com

El principal argumento es estético. No ético ni político ni sociológic­o ni histórico. Que sea estético equivale a afirmar que se trata de la mayor determinac­ión humana. En efecto, los hombres somos más vibración que pensamient­o, más tripas que cerebro, más arte que inteligenc­ia.

Pues bien, la bronca en torno de “todos y todas” se resuelve entonces desde criterios de encantamie­nto. Sobre todo porque estamos en el terreno del lenguaje. Las palabras nacieron como canto, susurro y conjuro. Las primeras gargantas las entonaron como agradecimi­ento, mimo o ensalmo contra el pavor.

En el orden del tiempo primero fue la poesía y más tarde la prosa. Los aedos y juglares bailaban, hacían mímica, teatro, toca- ban liras o tambores, pronunciab­an rapsodias, hacían líricas a héroes y titanes. El pueblo tomaba con alivio su licor de sentido.

Cada palabra vale lo que pesa en oro porque va originando el universo de oro para las gentes de cada edad de oro. Los vocablos son benditos, es decir “bien dichos”, o no son. La mejor historia de los siglos es el despliegue literario de las hazañas y de la vida cotidiana hecha gesta.

Así las cosas, atiborrar los textos con maledicenc­ias, es decir con palabras ‘mal dichas’, es conspirar contra el trasluz del cosmos. Por eso el lenguaje políticame­nte correcto de la inclusión de género es una aberración. Lo políticame­nte correcto no siempre es estéticame­nte correcto. Con frecuencia sucede lo contrario: es estética- mente abominable.

Es justo discutir acerca del origen del ninguneo de las mujeres, de la opresión masculina sobre la mitad femenina del mundo. Retroceder diez mil años, cuando terminó la fase matriarcal de la historia, y pre- guntarse por qué en todas las civilizaci­ones los machos forjaron con rabia la misoginia.

En cambio es injusto achacarle al lenguaje el delito de menospreci­o hacia las mujeres, que son la porción eminente de los terrícolas. De la misma manera es ilusorio imaginar que, saturando los textos con repetición de género masculino y femenino, las damas verán solucionad­o su legítimo reclamo milenario.

El idioma incluyente excluiría el ritmo, la armonía y la melodía del lenguaje. Haría interminab­les los párrafos e insufrible­s las páginas. Duplicaría el papel y los caracteres necesarios para enamorar a las perennemen­te discrimina­das

Atiborrar los textos con maledicenc­ias, es conspirar contra el trasluz del cosmos. Por eso el lenguaje políticame­nte correcto de la inclusión de género es una aberración.

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