TOMÁS CARRASQUILLA DESCRIBE COSTUMBRES EN DIMITAS ARIAS
“Se acercaba la gran festividad del orbe cristiano, la fiesta por excelencia de los hogares antioqueños: aquella que, con su idílica sencillez y poesía, obliga a la familia a congregarse, atrae a los miembros ausentes, hace pagar el tributo de lágrimas a los muertos queridos y cultiva los afectos más puros de corazón. Ni en la casa más pobre de estas montañas deja de celebrarse. En nuestras aldeas, los mendigos imploran, no ya el bocado de pan, sino la moneda para hacer en su choza los platos obligados de Nochebuena. Y es que en nuestro pueblo no ve en esta festividad una costumbre tradicional y religiosa únicamente, que ve un deber ineludible de cristiano: en el fogón donde no se hace la “nochebuena” se revuelca el Diablo y toda la casa queda contaminada. En la de Don Juan Herrera había comenzado el brete desde la antevíspera. Aquella cocina era un embolismo, un caos de cedazos y coladores, de pailas y de cazuelas, de trastos y de cacharros de toda especie. Las señoras de la casa se multiplican: cuelan, ciernen, amasan, baten. Aquí chirrían los buñuelos; allá revienta la natilla; acullá se cuaja el manjar blanco. Corre el bolillo sobre la pasta de hojuelas; el mecedor no cesa entre el hirviente oleaje; forma copos de espuma la superficie de almíbar; en esta piedra muelen la yuca y la arracacha; en aquella, la canela y la nuez moscada; en artesas y platones blanquean los quesitos y las cuajadas; campan la manteca y la mantequilla en hojas y cacerolas; saltan los huevos en cascadas amarillas (…) Todo era allí alegría y bullicio (...) Los pesebristas, entre tanto, se hallaban en mil apuros y secreteos. Consultada la señá Vicenta, les dijo: “No tienen pa qué: él no lo afloja. Si no consiguen otro, se pierde este pesebre tan precioso. Ni se lo propongan porque se enfada” (...).