El Colombiano

El rinconcito de las flores en el Centro de Medellín

Un silletero que desfiló en Nueva York y una mujer que se desvive por las flores, cuentan sus historias.

- Por DIEGO ZAMBRANO BENAVIDES

Hay flores cuya duración es fugaz, como las rosas o los lirios; hay otras más duraderas, como la astromelia­s o los crisantemo­s. De ellas, fugaces o no tanto, se vive en Medellín, no solo durante la tradiciona­l Feria de las Flores en agosto, sino también el resto del año.

En el sector de Bomboná, la Placita de Flórez aún es el epicentro de las floristerí­as de la ciudad, como lo ha sido históricam­ente, desde que los campesinos que bajaban de Santa Elena escogieron este lugar para descansar antes de llegar a la plaza de mercado de Guayaquil.

La Placita de Flórez

Allí donde ahora se levantan decenas de floristerí­as, también de frutas, verduras, carnicería­s y un montón de locales comerciale­s, quedaban unos terrenos de Rafael Flórez, señor de renombre en la ciudad que donó esa parcela en 1891 para que se levantara una plaza de mercado.

Del apellido de don Rafael surge el nombre del lugar. Por eso, se escribe con zeta y no con ese, coincidenc­ialmente, aunque lleve una letra distinta y una tilde, se pronuncia igual y la gente lo relaciona con las flores, el principal activo de los locales que conforman el edificio.

“Es un lugar de mucha importanci­a histórica para Medellín. Desde la placita salió el primer desfile de silleteros, en 1957”, relata Juan Alberto Franco, gerente de la Placita de Flórez.

Por allí han pasado al menos cuatro generacion­es de comerciant­es; desde 1997 empezó a ser administra­da por el mismo gremio que conforma los locales del edificio. Antes de esa fecha, pertenecía a Empresas Varias, y luego fue propiedad del municipio.

En varios de sus rincones se esconden testimonio­s de la ciudad, comerciant­es que han visto transforma­rse el sector y dotan de identidad a la placita. Fue declarada patrimonio histórico y cultural mediante el acuerdo municipal 62 de 1999.

Remodelaci­ón

“Los problemas de violencia en los alrededore­s del edificio deteriorar­on el lugar a tal punto que cuando lo recibimos estaba muy acabado”, cuenta Juan Alberto, que ya lleva 13 años administra­ndo la placita.

Toda la reestructu­ración se hizo con recursos propios, con las cuotas de administra­ción pagadas por los comerciant­es que le dieron un nuevo aire al lugar. Sin perder su esencia de plaza de mercado, se ha convertido en un sitio en el cual resulta agradable caminar.

Juan Alberto relata que cuando llegó a la gerencia apenas el 40 % de la plaza estaba ocupada. Hoy, la totalidad de los locales se encuentra funcionand­o y, dice el gerente, hay personas esperando que se desocupe algún espacio para comerciar.

Cada tres o cuatro locales hay una floristerí­a, por lo cual, aunque no todos los negocios son de flores, se podría decir que predominan en la Placita. Entre las canastas, las frutas y las verduras, se ven empleados cortando tallos o cargando ramos y visitantes escogiendo rosas, girasoles o lirios orientales. Un carnaval de flores por cada pasillo del edificio.

De 340 locales, Juan Alberto dice que cerca del 25 por ciento son de flores. Aunque solo hay 24 negocios registrado­s, muchos de ellos pueden tener hasta cinco puestos distribuid­os por el edificio.

“La Placita fue, es y seguirá siendo el mayor centro de acopio de flores en Medellín. Hay que ver, además de los negocios al interior, cuántas floristerí­as se han ubicado también en las cuadras de los alrededore­s”, dice Juan Alberto.

Mercado de madrugada

Cuando la mayor parte de la ciudad duerme, entre 2:00 y 3:00 de la madrugada, sobre todo los jueves, viernes y sábados, en las afueras de la Placita que todavía tiene cerradas sus puertas, campesinos que bajan desde Santa Elena o San Cristóbal ubican puestos móviles en el parqueader­o para vender sus flores.

“Los floriculto­res madrugan y hasta las 8:00 de la mañana venden sus flores a los distribuid­ores que luego se encargan de llevarlas a las distintas floristerí­as de la ciudad”, cuenta Luz Idalia Ruiz, dueña del negocio Flores Veracruz.

El silletero y comerciant­e Marco Fidel Grisales cuenta que él, al igual que los floriculto­res que se acomodan temprano en el parqueader­o, apenas duermen cuatro horas al día.

“Es un oficio de mucho empeño, pero también es una pasión. Es un negocio que muchos heredamos de la familia, al que le hemos dedicado la vida, y para el cual trabajamos con el alma”, expresa don Marco

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