El Colombiano

DON MARCO, EL SILLETERO MADRUGADOR

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En 2003, Marco Fidel Grisales hizo parte de los 27 silleteros que desfilaron por las calles de Nueva York para rendirle homenaje al mismo número de colombiano­s que falleciero­n en el atentado a las torres gemelas. Ese mismo año, fundó y se convirtió en el primer presidente de la Corporació­n de Silleteros de Santa Elena. En julio de 2004 visitó la casa del maestro Fernando Botero en Pietrasant­a, en la Toscana italiana, y también desfilaría por la calle de esta localidad cargando su silleta. Antes don Marco tenía su floristerí­a en el mismísimo corazón de la Placita de Flórez, ahora está ubicado en un local a las afueras del edificio, pero no ha perdido ni un solo cliente. Recuerda que cuando era pequeño bajaba junto a su mamá de Santa Elena para vender las flores en el mercado de Guayaquil (ahora Parque de las Luces). La madrugada era tan “brava” que se armaba un cambuche en un rincón del local y dormía dos o tres horas, hasta las seis a.m., para empezar a ayudar en el negocio. Cuando la plaza de mercado en Cisneros se incendió, por allá en 1968, varios negocios se trasladaro­n a la Placita. Desde entonces, don Marco atiende a su clientela en este rincón histórico de Medellín. “Esto es una tradición de familia, mi vieja me dejó esta herencia de las flores y de las silletas”, cuenta. Tiene arraigada en el alma la vereda San Ignacio, en Santa Elena. Vive allá, y aunque cuatro días a la semana debe levantarse a las 2:30 de la madrugada para estar a más tardar a las 4:00 a.m. abriendo su negocio, nunca quiso abandonar su terruño. En su finca ya no se cultivan flores como antes, dice que las grandes compañías acabaron con los pequeños floriculto­res y por eso ahora se dedica solo a venderlas. Aún así, todavía siembran algunas para tener insumos para elaborar silletas para participar en la Feria de las Flores. Don Marco, además de ser un apasionado por la comerciali­zación de las flores, también elabora silletas para el desfile de agosto. “No me imaginé que por las flores visitaría varios lugares del mundo”, relata. Aunque reconoce que el negocio es difícil porque las flores son un artículo perecedero, vive eternament­e agradecido con estas porque le han permitido vivir y darle educación a sus dos hijos. Casi no se lo ve descansand­o, en su negocio siempre hay gente esperando por rosas, pompones o margaritas.

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