El Colombiano

CAMBIAR EL METRO CUADRADO

- Por ELBACÉ RESTREPO elbacecili­arestrepo@yahoo.com

En algún momento de la vida todos hemos pretendido cambiar el mundo y erradicar de la faz de la tierra todo lo que no sirve. Un objetivo agobiante e imposible, sin duda, porque olvidamos un detallito así de chiquitico: Para cambiar el mundo primero debemos cambiar nuestro metro cuadrado.

La propuesta no es mía, pero como lo bueno es digno de copiarse, me la apropio y la comparto con ustedes este día de Navidad, con un deseo sincero y profundo de que, entre todos, haciendo cada uno un poquito en su metro cuadrado, logremos impactar esta sociedad agobiada y doliente.

El mundo pide a gritos coherencia en las conviccion­es, palabras, obras y omisiones. Somos expertos en hablar duro y en llevarnos las manos a la cabeza cada vez que hay noticias de corrupción, o sea diario, de modo que no sobornemos, no robemos, no nos aprovechem­os de las circunstan­cias, desterremo­s de nuestro diario vivir aquello de “a papaya partida…” o “el vivo vive del bobo”.

El que esté libre de problemas, que tire la primera piedra. Si miramos el entorno cercano segurament­e encontrare­mos familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo que pueden estar en una mala situación y bien les vendría un poco de ayuda. Y la solidarida­d no siempre se expresa en dinero: También se vale regalar abrazos, sonrisas y palmaditas en la espalda. No lo dude.

Apoyemos las pequeñas causas. Donar un juguete, un mercado básico o una muda de ropa, para muchos es como arrancarle un pelo a un gato, pero para otros es un mundo de felicidad.

Seamos útiles, hagamos favores sin esperar nada a vuelta de correo. Esa cadena de réditos humanos genera valor agregado a toda la comunidad.

¿Y si en vez de quejarnos nos hacemos parte de la solución? Señalar siempre como único culpable de todo lo malo al gobierno de turno, es muy fácil. Exigirle a la sociedad que dé lo mejor de sí en todos los espacios donde transcurre la vida es más difícil, porque la sociedad es amorfa, resbalosa e inasible. Reclamar sin asumir compromiso­s se vuelve un discurso vacío, con mucho ruido pero pocos resultados.

Todos cargamos preocupaci­ones, problemas y un montón de emociones naturales de los seres humanos. ¿Y si en vez de hacer aleluyas con las personas, sean desconocid­as o cercanas, nos esforzamos en ser más comprensiv­os? Nos encanta juzgar, estigmatiz­ar y poner etiquetas, pero no nos gusta mirarnos la tierra en nuestro ombligo. Un poco de autocrític­a también es convenient­e, ajá.

Que el hogar sea un espacio libre de violencia, en especial para los niños indefensos y vulnerable­s. Permítales crecer en un territorio de paz, bajo el calor y la seguridad de un abrazo eterno.

Las empresas también tienen tarea: Asignar cargas de trabajo justas, pagar salarios justos y permitir horarios que no interfiera­n con la vida privada de sus empleados.

Por más que el pesimismo y la desesperan­za nos quieran doblegar, no cedamos en el empeño de cambiar nuestro metro cuadrado. La invitación es a hacer un voz a voz que cale, que atraiga, que conmueva, que inspire, que contagie…

Sí, sí podemos. No es tan difícil emprender acciones para que el mundo sea, como diría el cantor, “un lugar adorable o por lo menos querible, besable, amable…”, y más grato y vivible, diría yo.

¡Feliz Navidad!

¿Y si en vez de hacer aleluyas con las personas, nos esforzamos en ser más comprensiv­os? Nos encanta juzgar, poner etiquetas, pero no nos gusta mirarnos la tierra en nuestro ombligo. Un poco de autocrític­a es convenient­e.

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