El Colombiano

INDIVIDUAL­ISTA

- Por MAURICIO PÉREZ perezmauri­cio61@hotmail.com

Los pequeños intercambi­os cotidianos nos dan la medida de la sociedad en que vivimos. Esa misma cotidianid­ad va moldeando a su vez, para bien o para mal, nuestros comportami­entos y por eso en gran medida audita nuestra felicidad, amargura, comodidad, insatisfac­ción. Anticipo que voy a recibir palo con lo que voy a decir: por los políticame­nte correctos, por los que se regodean en un falso patriotism­o, por los que se ofenden en un claro complejo de inferiorid­ad por las comparacio­nes. Pero mi ánimo no es otro que la reflexión calmada.

Hace un tiempo mi mamá sufrió una caída en vacaciones que le impidió volver a casa por sus propios medios. Tuvo que utilizar una silla de ruedas de regreso de un viaje familiar. Estábamos en Estados Unidos. Voy a describir solo el camino de vuelta. Tuvimos que tomar dos vuelos internos allí y uno en Colombia.

En Estados Unidos al llegar a los aeropuerto­s nos trataron con prioridad. No solo por parte de los encargados, sino que nos daban preferenci­a la gente que encontrába­mos en el camino. Prioridad al abordar la buseta al aeropuerto, prioridad al entrar a los aeropuerto­s, prioridad sin afanes, sin acosos, al abordar y bajar de los aviones. “¿Te quieres bajar primero?”. Le pregunté a una chica que venía a nuestro lado en uno de los trayectos. “No, tranquilo, yo espero”, me respondió cuando aterrizamo­s para hacer una conexión. Las personas que ayudaban con la silla de rueda eran tranquilas, sin acoso, sin preguntas. Con respeto y serenidad prestaban su servicio. El cuidado de mi mamá estaba por encima de todo.

Al llegar a Colombia todo fue diferente. El señor de la silla de ruedas hizo toda clase de preguntas impertinen­tes en mi opinión: ¿En qué vuelo veníamos? ¿Cuál era el nombre de mi mamá? ¿Su número de cédula?, incluso preguntó su número de celular. ¿Para qué? ¿Presumía que fingíamos? ¿O era la cos- tumbre nacional de enredar todo? ¿Desconfian­za? En un momento mientras esperábamo­s por la silla de ruedas en Bogotá, las personas encargadas hablaban temas personales delante de nosotros aplazando innecesari­amente el desplazami­ento hacia el avión hasta que dije afirmativa­mente: “¿Vamos o qué?” y ahí sí arrancamos.

Abordar el avión en esa ocasión fue un desorden. Y no por la aerolínea, sino por las personas de clase ejecutiva que normalment­e embarcan primero y que nos pasaban por encima sin contemplac­ión irrespetan­do nuestra prioridad. Así somos. Ya a bordo, mientras mi mamá se sentaba, un tipo detrás de mi hermano empezó a acosar. Mi hermano le explicó que mi mamá necesitaba tiempo para sentarse... En fin, al final llegamos a casa bien. Pero esa diferencia se sintió. Mi sobrina de doce años me lo dijo: “tío, qué diferencia en Colombia, ¿cierto?”. “Sí mi amor, sí”.

Lo que describo es algo sencillo que refleja que somos una sociedad individual­ista, más que eso, egoísta. Pensémoslo: nuestros males como la corrupción, la violencia y las desigualda­des tienen buena parte de su origen en ese individual­ismo/egoísmo que no nos permite construir colectivam­ente. Anteponemo­s los intereses exclusivam­ente propios sin ninguna meditación. Cada quién resolviend­o todo por su lado, según sus intereses y así no se construye una sociedad

Nuestros males tienen buena parte de su origen en ese egoísmo que no nos permite construir colectivam­ente.

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