El Colombiano

Un grito de mariachi que todavía se escucha

Hace 60 años un accidente aéreo les arrebató a los mexicanos a Pedro Infante. Pero la muerte no se salió con la suya: ese día se fue el artista y nació el mito.

- Por LAURA MARÍA AYALA

Hay quienes dicen que no ha muerto. Que Pedro Infante saltó antes de que el avión se estrellara pero recibió tal golpe que perdió la memoria y terminó deambuland­o por las calles, con el rostro desfigurad­o. Otros cuentan que, tan enamoradiz­o como era, tuvo que fingir su muerte para escapar de la venganza de un marido traicionad­o. Todos son rumores, teorías sin fundamento que hablan del cariño que le tienen los mexicanos, un pueblo que no se resigna a que su ídolo ya no esté.

A nadie han llorado tanto como a Pedro Infante. Aquel Lunes Santo 15 de abril de 1957 la radio anunció que, a sus 39 años y en la cima de su carrera, el llamado ‘ Carpinteri­to de Oro’ o el ‘Ídolo de Guamúchil’ había apagado su voz para siempre. Al otro día, 150.000 personas se volcaron a las calles del Distrito Federal y marcharon con su ataúd hasta el Panteón Jardín acompañado­s por el estruendos­o sonido de las trompetas y la voz rasgada de dolor de los mariachis. Su partida dejó un vacío en la música que nadie ha podido llenar. Rancheras, vals, chachachás y canciones folclórica­s mexicanas brotaron de su garganta, hasta el tema colombiano Bésame morenita y una versión de Bésame mucho en inglés, pero fue su manera de cantar boleros la que lo consagró.

“Pedro Infante creó al bole- ro ranchero, uno diferente al cubano, al clásico, porque se acompaña de mariachis. Esa herencia lo mantiene vigente”, explica Gustavo Escobar, coleccioni­sta e historiado­r musical. Este género nació con

Amorcito corazón, su canción más célebre solo equiparabl­e con su versión de Las Mañani

tas que ha vendido 20 millones de copias.

Cuando le preguntaba­n por esa forma única de interpreta­r,

Pedro Infante decía: “Tengo la sangre liviana”. Y no solo cantó, también fue la estrella del cine mexicano en su época de oro. Protagoniz­ó más de 60 películas con papeles que iban desde un carpintero, pasando por un sacerdote, hasta un policía en motociclet­a.

Entre 1947 y 1952 filmó la trilogía Nosotros los pobres, Ustedes los ricos y Pepe el Toro, que le reservó un lugar en el corazón del público. “Pedro Infante personific­ó a ese charro, enamorado, cantador y valiente que dejó la vida agrícola y llegó a la ciudad como un humilde trabajador de barrio - cuenta Baltazar Gómez Pérez, sociólogo de la Universida­d Nacional Autónoma de México-. Nadie puede negar que su imagen es parte de la cultura popular latinoamer­icana”. Sesenta años después de su muerte sus películas se siguen emitiendo en el horario de máxima audiencia y, desde el más allá, se da el lujo de vender más de 100.000 copias al año. No es para menos. En su libro Pedro Infante, Las leyes del querer el escritor mexicano Carlos Mon

siváis lo describió como “el más grande de todos los tiempos, junto con Cantinflas”.

Su mito vive y los temas que lanzó a la fama se siguen cantando, al oído, con un trago en la mano o a grito herido. “Guitarras, lloren guitarras/ violines lloren igual/ no dejen que yo me vaya/ con el silencio de su cantar/ Gritemos a pecho abierto/un canto que haga temblar/ al mundo que es el gran puerto/ donde unos llegan y otros se van”, cantaba

Pedro Infante. Pero estaba equivocado, no todos se van ■

Bien lo dijo el escritor mexicano Carlos Monsiváis en su crónica sobre el cantante: “En las penumbras de su muerte, surgió Infante irrebatibl­e”.

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ILUSTRACIÓ­N EMERS

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