El Colombiano

Un 25 de contrastes en Medellín

En los barrios se vivió con más euforia la fiesta de la Navidad. Familias celebraron unidas y en paz.

- Por GUSTAVO OSPINA ZAPATA

Mientras las avenidas y autopistas estaban despejadas, los barrios eran una sola fiesta de sancochos, fritangas y niños jugando con sus traídos. Así se desarrolló la jornada.

Nada invierte tanto la cotidianid­ad de la ciudad como un 25 de diciembre o un primero de enero, y esto empezando por la movilidad, pues lo habitual es que las autopistas y avenidas vivan congestion­adas mientras en la periferia, en los barrios y las comunas, los automóvile­s, motos, taxis y buses se muevan a sus anchas por las calles y cuadras.

Ayer fue al revés: mientras en la avenida Regional, las autopistas norte y sur y las calles Barranquil­la, Colombia y San Juan se podían contar con los dedos los vehículos que las cruzaban, en los barrios se experiment­aba el caos. Y todo por cuenta de los sancochos y marranadas que -pese a las restriccio­nes de ley en cuanto a la prohibició­n de cerrar vías y al sacrificio callejero de por- cinos- fueron el pan cotidiano en el día de Navidad.

En Manrique, Guayabal, Robledo, Belén y Castilla, entre otros barrios, eran más las cuadras cerradas o con flujo muy restringid­o de carros, que las que tenían paso libre.

Esto debido a que el espacio vial estaba ocupado con ollas que ardían montadas sobre fogatas. Las comunas eran una fiesta que se inició, como de costumbre, la noche del 24, y se prolongó hasta ayer.

Tradición de 20 años

En el barrio Campo Valdés parte baja, la familia Jaramillo Jiménez armó la sancochada para toda la cuadra (calle 77AA con carrera 50B). Allí, por tradición, nadie se quiere perder la sazón de doña Alicia Jiménez, de 67 años, y quien un día se fue del barrio pero retornó para sembrar la costumbre de los sancochos

y los asados comunitari­os. “Esta tradición la hacemos en la alborada y las fechas especiales, es la mejor manera de unir a la familia y los vecinos”, relató Alicia rodeada de sus hijos y nietos.

En el barrio Kennedy (calle 89A con carrera 75), Gabriela Castañeda, de 78 años, disfrutó de una de las mejores celebracio­nes que recuerda.

“Estoy feliz porque llegaron mis 3 hijos, mis 7 nietos y 4 bisnietos, no hay mayor felicidad que tener la familia unida”, dijo y alardeó del sabor de su mondongo.

Los traídos, otra fiesta

Pero a la fiesta de los enguayabad­os, que se hace con fritanga, caldo, más cerveza y aguardient­e, se sumó una más tranquila pero no menos

emocionant­e: la de los niños que jugaban con sus traídos.

Mientras algunos lo hacían en los parques y cuadras, los esposos Alfredo Villa y Johana Molina decidieron llevar a sus tres hijos al sendero peatonal del Jardín Botánico a ensayar sus bicicletas, porque a los tres les dieron el mismo juguete.

“Siempre es costoso el esfuerzo, porque son tres y se fueron $600.000, pero ellos son juiciosos y se lo merecen”, recalcó Alfredo, que con paciencia les sostenía las ciclas mientras los pequeños aprendían a montar solos.

“Yo pedí el traído desde noviembre y pensé que no

me lo iban a dar”, narró Heily Valentina, de 9 años.

Así avanza diciembre y con él se va esfumando la Navidad, época alegre y bulliciosa en la que la ciudad deja el “tono” serio y revuelca su cotidianid­ad para unir familias y amigos en torno a un equipo de sonido, una paila o una olla y les da rienda suelta a los abrazos y las expresione­s de afecto

 ?? FOTO MANUEL SALDARRIAG­A ?? Como toda una matrona, Gabriela Castañeda expresaba su orgullo de lograr unir a toda su familia y algunos vecinos del barrio Kennedy en torno a su olla y su sazón.
FOTO MANUEL SALDARRIAG­A Como toda una matrona, Gabriela Castañeda expresaba su orgullo de lograr unir a toda su familia y algunos vecinos del barrio Kennedy en torno a su olla y su sazón.
 ?? FOTOS MANUEL SALDARRIAG­A ?? En el camino peatonal del Jardín Botánico, la familia Villa Molina halló el lugar ideal para estrenar las ciclas. En el barrio Campo Valdés, hace más de veinte años, una cuadra se une en torno a un sancocho. El Centro dibujaba el rostro de una ciudad desierta que ardía en los barrios.
FOTOS MANUEL SALDARRIAG­A En el camino peatonal del Jardín Botánico, la familia Villa Molina halló el lugar ideal para estrenar las ciclas. En el barrio Campo Valdés, hace más de veinte años, una cuadra se une en torno a un sancocho. El Centro dibujaba el rostro de una ciudad desierta que ardía en los barrios.

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