El Colombiano

Ganadores y perdedores de la historia sin fin de Cataluña

- Por MARTÍN HEREDIA AMIDO Colaboraci­ón desde Barcelona

El auténtico vencedor de las elecciones del pasado viernes fue el independen­tismo, que conservará la mayoría que ganó en 2015.

Elecciones extrañas en Cataluña, campaña electoral con candidatos en prisión, el contexto en el que se celebraron los comicios fue inédito. Se discute mucho quién ganó, pero está claro quién perdió: Mariano Rajoy, el presidente del gobierno español, y su Partido Popular.

El gran ganador fue Carles Puigdemont, el expresiden­te de la Generalida­d, fugitivo en Bruselas. Pese a que llevó su gobierno a una vía muerta, Puigdemont fue el nacionalis­ta más votado y su partido, junto con Esquerra Republican­a y la Candidatur­a de Unidad Popular (CUP), tendrá mayoría absoluta en el Parlamento y podrá volver a formar gobierno.

El partido Ciudadanos ganó las elecciones en Cataluña en votos y en escaños, pero el auténtico vencedor ha sido el independen­tismo, que conservará la mayoría que ya obtuvo en 2015, en una elección con la mayor participac­ión de la historia. Es decir, el Parlament no ha cambiado en absoluto. La sociedad catalana sigue dividida hoy, igual que lo estaba en 1999. La única diferencia es que la hostilidad de los dos bloques es muchísimo mayor, y que la tensión social y política ha hecho que se sucedieran manifestac­iones, días históricos y gente rasgándose sus vestiduras.

Quizá lo más significat­ivo de los resultados de las elecciones catalanas sea comprobar algo que, en el fragor de la revuelta de octubre, no resultaba claro para muchos: la vía territoria­l hacia la ruptura tiene una claridad originada en la aceptación y en el rechazo. Se puede argumentar que la represión y la cárcel de sus dirigentes han hecho mella en el independen­tismo, pero también resulta evidente que el independen­tismo ha vivido los mayores niveles de movilizaci­ón de su historia reciente.

Durante mucho tiempo Catalunya fue percibida como un oasis frente a las patologías de la política española. El argumento del independen­tismo, planteado desde la dirigencia política hacia la sociedad civil remarca el espíritu democrátic­o de su propuesta, diferenciá­ndose de las demás regiones españolas, definidas por su carácter retrógrado y corrupto.

Uno de los objetivos de Puigdemont y los partidos independen­tistas fue el de internacio­nalizar su proyecto, fin para el que creó una estructura compuesta por una suerte de emba- jadas, así como viajes de altos cargos de la Generalita­t para explicar la idea de la secesión.

La Unión Europea y la comunidad internacio­nal fueron tajantes: la cuestión catalana es un asunto interno de España, Mariano Rajoy es el único representa­nte de España ante el mundo, y en el supuesto caso de que la independen­cia tuviera lugar, Catalunya quedaría fuera de la Unión Europea. El Brexit y la estabilida­d nunca han ido de la mano, y el proyecto europeo se tambalearí­a sobremaner­a en un momento en el que necesita mostrar su fortaleza a través de la unidad. En este sentido, Rajoy ha tenido el apoyo expreso y público de la mayoría de los líderes de los principale­s países de la Unión Europea, que han defendido la unidad de España frente al proyecto soberanist­a.

El analista catalán Dídac Costa, plantea que en el largo plazo si sigue el conflicto: “Madrid se vería forzado a negociar una salida democrátic­a y pacífica al actual conflicto; lo que pasaría por un referéndum legal, acordado y

vinculante, como sucedió en Quebec o Escocia”.

El conflicto en Cataluña tiene una solución obvia: un punto medio entre la secesión y mantener el statu quo que a buen seguro sería capaz de satisfacer a una mayoría social suficiente como para ser estable y duradero. Uno diría que en vista de estos resultados, los políticos de uno y otro bando llegarían a la conclusión de que no parece haber una mayoría social clara para sus fines y se pondrían a negociar. El problema, claro está, es que esto no ha sucedido hasta ahora

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