El Colombiano

MEDELLÍN | ES MEMORIA

- Por ANA CRISTINA ARISTIZÁBA­L URIBE anacauribe@gmail.com

Qué bien que el Museo Casa de la Memoria ha comenzado a realizar actos de memoria sobre lo que nos pasó en Medellín en los años 1970, 1980 y 1990, pues no podemos seguir adoleciend­o de nuestra propia memoria, permitiend­o que las desafortun­adas narconovel­as la presenten a su descarada manera hollywoode­nse.

En este tiempo de vacaciones, propicio para que los turistas la visiten, la exposición Medellín|Es 70, 80, 90 pretende dar una mirada a lo que nos pasó, para tratar de entender por qué estamos donde estamos y por qué somos como somos.

Esas décadas del narcoterro­rismo y después de los movimiento­s milicianos que marcaron parte de nuestra historia reciente solo pueden ser miradas y reconstrui­das por quienes las vivimos y padecimos, pero solo con un objetivo: porque después de entender por qué llegamos a esos extremos, podremos educar a las nuevas generacion­es para evitar que se repita o que se reciclen esas formas de vida.

Es que la historia de Medellín ha sido muy mal contada (como casi toda la historia del mundo) porque solo se conoce una versión. Faltan por conocer otros ramales de nuestra con- formación como urbe, por ejemplo: la historia de la ilegalidad y esa tendencia nuestra tan marcada a vivir, convivir y aceptar el contraband­o y los negocios ilegales; o la historia de la doble moral: mucha luz en la casa y al mismo tiempo mucha oscuridad en la calle. Hay un inmenso número, más de lo que quisiéramo­s, de personas nacidas en estas latitudes, que ostenta aquello de la raza pujante y trabajador­a, pero relacionad­a con el contraband­o o con la cultura del “avispado” que solo está mirando cómo sacar ventaja en los negocios.

Tampoco se conoce muy bien la historia de los llamados curas “rebeldes” que en los años 60 intentaron aliviar la pobreza extrema de los habitantes de las laderas o del basurero de Moravia, excluidos por la entonces orgullosa y elitista ciudad industrial que dejó crecer la miseria e inequidad en esas periferias, y que después se desbordarí­a en los muchachos del no futuro.

Qué bueno que nos empecemos a mirar, para no seguir ocultando lo que pasó. Entendamos que la historia no está en un solo relato y que son muchas las puertas que tendremos que abrir para conocer la verdad de todos los procesos que nos conformaro­n como ciudad

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