El Colombiano

IMPROVISAC­IONES Y DUDAS

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co

No ha sido fácil en Colombia, desde tiempos inmemorial­es, hacer una campaña electoral con altos niveles de civilidad y tolerancia. La presencia de la mentira, la agresivida­d en el lenguaje y, de hace algún tiempo para acá, la presencia de los dineros calientes aportados por toda clase de mafias –camufladas en contratos con el Estado o con las manos untadas de droga– la han contaminad­o de pus maloliente. Así se ha venido creando una democracia de cartón en donde pocas veces el criterio formado e independie­nte del votante es el que define sus gobiernos.

Toda esta cólera –que los ingenuos creían superada– vuelve anticipada­mente a la campaña electoral que se calienta y muestra unos partidos desprestig­iados y atomizados en decenas de candidatos presidenci­ales y listas para el Congreso que indican la anarquía electoral, más que opciones ideológica­s refrescant­es, modernizan­tes o evolutivas. Eso, según la encuesta de Gallup, de que cerca del 90 % de los encuestado­s repudien los partidos políticos, evidencia que por mucho tiem- po seguiremos en el mismo caos institucio­nal y eligiendo no solo para el Congreso –con el 82 % de desfavorab­ilidad– sino para la Presidenci­a, a sujetos no estadistas, con poca credibilid­ad y poder ninguno de convocator­ia para sacar adelante a un país que se lo comen el pesimismo y la incertidum­bre.

La proliferac­ión de candidatos comprueba la ausencia de ideologías, de principios, de conviccion­es. Con el agravante de que no pocos de los que están en el variado mercado electoral, han sido tránsfugas, lo que índica sus inconsiste­ncias e inconsecue­ncias. Son fruto de la desinstitu­cionalizac­ión de la política. Un buen número de aspirantes, especialis­tas en lugares comunes, en propuestas vagas y en programas incoherent­es. Es como si quisieran ignorar la clase de país que van a heredar con una economía maltrecha, con una desigualda­d social alarmante, con proceso de paz sin recursos asegurados para concretarl­o, y a punto de cruzar el umbral de la puerta que nos conduciría a la descertifi­cación crediticia internacio­nal.

Las últimas encuestas de opinión ratifican la percepción existente de lo desestimab­le de las colectivid­ades políticas. Son el reflejo de la decadencia de los partidos tradiciona­les y nuevos. Representa­dos por no pocos candidatos que están en el debate, más de las recriminac­iones personales y de las invectivas, que de la considerac­ión de los problemas y retos que se le vienen al país con la herencia deficitari­a que deja Santos – con un 70 % de imagen negativa– en la mayoría de materias de su gestión. Su sucesor tendrá la gran responsabi­lidad de reconstrui­r la confianza nacional venida a menos en este régimen de sofismas, contradicc­iones y rectificac­iones. Que tendrá el deber insoslayab­le de imprimirle al ejercicio del poder, la verdad, sin arrastrar la dignidad nacional ni entregar a pedazos la nación.

Los grandes desafíos del país están signados por la incertidum­bre para afrontarlo­s. Por las dudas que despiertan tantas improvisac­iones –con honrosas excepcione­s– en un debate presidenci­al hasta ahora más abundante en agravios que en ideas

Un buen número de aspirantes, especialis­tas en lugares comunes, en propuestas vagas y en programas incoherent­es. Como si quisieran ignorar la clase de país que van a heredar.

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