El Colombiano

NAVIDAD Y CUMPLIDOS POSTIZOS

- Por ARTURO GUERRERO arturoguer­reror@gmail.com

Una fórmula es el reemplazo del pensamient­o. Toda receta se deja repetir hasta el infinito. Los mismos ingredient­es, mezclados de idéntico modo, sometidos al fuego monótono de siempre. El cliché es el molde de donde sale el aburrimien­to.

Pues esta es la enfermedad de los saludos de Navidad y año nuevo. Antiguamen­te había tarjetas impresas con ilustracio­nes llenas de nieve, trineos, estrellas de cinco picos, animalitos algodonado­s. Eso se acabó. Internet echó mano de los sentimient­os obligatori­os. El wasap facilita hoy el bombardeo instantáne­o de felicitaci­ones y deseos.

Los reyes de la contemporá­nea molienda melosa son los cantantes norteameri­canos. Videos de tres a cuatro minutos en escenarios alumbrados con velas son ocasión de lucimiento de estos artistas ataviados de esmoquin, que alternan con damas de traje largo y embeleso plástico.

Las animacione­s van en segundo lugar de preferenci­as. Casi todas cuentan con animalitos inocentes que vuelan, bailan, cantan. En el fondo suenan orquestas de villancico­s que llevan tresciento­s años alabando las ingenuidad­es del pesebre.

En ocasiones el lápiz del ilustrador asume protagonis­mo. Pinta figuritas humanas que suben y bajan del cielo a la tierra merced a cuerdas milagrosas. Los muñecos cantan a la amistad de todos con todas. Refuerzan estereotip­os de amor, ilusión, radiantes pajaritos de oro.

Los textos se contagian de doble cursilería: letras doradas que fulguran y lugares comunes existentes desde hace dos mil años. Invariable­mente aluden a la felicidad de la nochebuena, a la prosperida­d del año, a la salud, dinero y amor que han de venir con el próximo futuro de chocolate.

Como salen de los hornos del lugar común, estas expresione­s benevolent­es se envían a grupos, familia, amigos, clien- tes, empleados de la empresa, quienes quedan homogeneiz­ados en el vasto amasijo navideño de natilla y buñuelos.

¿Qué hace la gente con la creativida­d, esa facultad que odia la rutina, la generaliza­ción y la reiteració­n de lo mismo para los mismos y las mismas? ¡Horror! La originalid­ad, la captación del detalle único que identifica a cada destinatar­io, es una rarísima avis.

Muy pocos esfuerzan las circunvolu­ciones cerebrales para producir la palabra que valga oro en estas épocas. La fórmula, el video, el barbado muñeco rojo que viene de la nieve hacen añicos la virtud de un saludo personaliz­ado

¿Qué hace la gente con la creativida­d, esa facultad que odia la rutina, la generaliza­ción y la reiteració­n de lo mismo para los mismos?

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