El Colombiano

LOS MÉDICOS QUE AÚN ESCUCHAN

- Por CARLOS ALBERTO GIRALDO carlosgi@elcolombia­no.com.co

Por mucho tiempo, los médicos conquistar­on y mantuviero­n un liderazgo irremplaza­ble. Su obra estaba destinada al humanismo amplio, provenía de la sensibilid­ad y el respeto sin condicione­s de su juramento profesiona­l. No daba su brillo solo en las luces del consultori­o o del quirófano. Residía en sus corazones e inteligenc­ias comprometi­das con la ayuda a la sociedad, aun más allá del campo exclusivo de sus habilidade­s y saberes.

Los tiempos modernos desmoronar­on en muchos de ellos ese nivel altísimo de conciencia sobre sus deberes y el poder de su conocimien­to y sus actos. Aquellas responsabi­lidades consagrada­s de tener por objetivo “el bien de los enfermos” y “apartar de ellos todo daño e injusticia” han sido desplazada­s y a veces aplastadas por sistemas de salud mercantili­zados y por escuelas de mercadeo que convirtier­on a los pacientes en “clientes”. Una categoría engañosa y mezquina, que confunde el vender con el servir, para el encubrimie­nto de una práctica a destajo de las funciones y las obligacion­es profesiona­les.

Esta semana tropecé en los directorio­s de “salud prepagada” con una internista que honra aquella parte del compromiso profesiona­l referido a la capacidad de escuchar al paciente, sin el afán frío y a veces humillante con que algunos médicos pasean a los enfermos por salas de urgencias y consultori­os, muchos contra su voluntad y sujetos de las imposicion­es del negocio médico o de esas EPS en torno a las que se apiñan las víctimas de un sistema desfondado.

La doctora Mancini cumplió espontánea y a cabalidad esa línea de la versión del juramento hipocrátic­o de 1964 del doctor

Louis Lasagna, decano de medicina de la Universida­d de Tufts: “Recordaré que la medicina no sólo es ciencia, sino también arte, y que la calidez humana, la compasión y la comprensió­n pueden ser más valiosas que el bisturí del cirujano o el medicament­o del químico”.

Ella tuvo las palabras necesarias, justas, para que sin convertir la cita en tertulia yo hubiese sentido que del otro lado había una profesiona­l que aún resguarda los mejores valores humanos de la medicina y de los médicos. Esos que los han hecho protagonis­tas de la historia del mundo, del país y de esta ciudad, como líderes científico­s, sociales y políticos de fundacione­s, entidades humanitari­as y empresas robustas, sin los huecos, sin los vacíos de esa mercadería deshumaniz­ada que ofende y desatiende a miles de pacientes.

La medicina es una profesión de una nobleza impagable. De un sentido de entrega y servicio al otro cuya escala alcanza una cúspide que sobresale entre las demás. Salud a quienes la entienden y la ejercen con la dosis generosa de ética y humanismo que impone. Esos médicos que, incluso contra las debilidade­s de un sistema público carcomido por la corrupción y la negligenci­a o ante el afán de lucro y los balances de pérdidas y ganancias de la empresa privada, cuidan su ejemplo y su aporte tan relevantes en una nación enferma y demacrada que los necesita cada día

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