LOS MÉDICOS QUE AÚN ESCUCHAN
Por mucho tiempo, los médicos conquistaron y mantuvieron un liderazgo irremplazable. Su obra estaba destinada al humanismo amplio, provenía de la sensibilidad y el respeto sin condiciones de su juramento profesional. No daba su brillo solo en las luces del consultorio o del quirófano. Residía en sus corazones e inteligencias comprometidas con la ayuda a la sociedad, aun más allá del campo exclusivo de sus habilidades y saberes.
Los tiempos modernos desmoronaron en muchos de ellos ese nivel altísimo de conciencia sobre sus deberes y el poder de su conocimiento y sus actos. Aquellas responsabilidades consagradas de tener por objetivo “el bien de los enfermos” y “apartar de ellos todo daño e injusticia” han sido desplazadas y a veces aplastadas por sistemas de salud mercantilizados y por escuelas de mercadeo que convirtieron a los pacientes en “clientes”. Una categoría engañosa y mezquina, que confunde el vender con el servir, para el encubrimiento de una práctica a destajo de las funciones y las obligaciones profesionales.
Esta semana tropecé en los directorios de “salud prepagada” con una internista que honra aquella parte del compromiso profesional referido a la capacidad de escuchar al paciente, sin el afán frío y a veces humillante con que algunos médicos pasean a los enfermos por salas de urgencias y consultorios, muchos contra su voluntad y sujetos de las imposiciones del negocio médico o de esas EPS en torno a las que se apiñan las víctimas de un sistema desfondado.
La doctora Mancini cumplió espontánea y a cabalidad esa línea de la versión del juramento hipocrático de 1964 del doctor
Louis Lasagna, decano de medicina de la Universidad de Tufts: “Recordaré que la medicina no sólo es ciencia, sino también arte, y que la calidez humana, la compasión y la comprensión pueden ser más valiosas que el bisturí del cirujano o el medicamento del químico”.
Ella tuvo las palabras necesarias, justas, para que sin convertir la cita en tertulia yo hubiese sentido que del otro lado había una profesional que aún resguarda los mejores valores humanos de la medicina y de los médicos. Esos que los han hecho protagonistas de la historia del mundo, del país y de esta ciudad, como líderes científicos, sociales y políticos de fundaciones, entidades humanitarias y empresas robustas, sin los huecos, sin los vacíos de esa mercadería deshumanizada que ofende y desatiende a miles de pacientes.
La medicina es una profesión de una nobleza impagable. De un sentido de entrega y servicio al otro cuya escala alcanza una cúspide que sobresale entre las demás. Salud a quienes la entienden y la ejercen con la dosis generosa de ética y humanismo que impone. Esos médicos que, incluso contra las debilidades de un sistema público carcomido por la corrupción y la negligencia o ante el afán de lucro y los balances de pérdidas y ganancias de la empresa privada, cuidan su ejemplo y su aporte tan relevantes en una nación enferma y demacrada que los necesita cada día