El Colombiano

CONTRATIST­AS

- Por JORGE GIRALDO RAMÍREZ calia@une.net.co

Titular de noticia decembrina: “Indignació­n por foto de contratist­as de la Alcaldía de Medellín con Popeye” (El Colombiano, 29.12.17). Confieso que no leí la nota; basta la foto de un par de personas con chalecos de la Alcaldía tomándole fotos a una compañera con

John Jairo Velásquez, sicario de Pablo Escobar. Dada la fecha de la publicació­n, puede suponerse que los hechos ocurrieron el Día de los Inocentes.

El Estado colombiano creó hace tiempo un sistema de operación que descansa en los contratist­as, que se disparó después de las reformas de César Gavi

ria. Mi impresión es que si uno le quita los contratist­as a un ente estatal, especialme­nte las alcaldías y las gobernacio­nes, lo que resta de acción estatal es muy poco. Pongamos como caso el municipio de Medellín. El grueso de los empleados públicos son maestros, guardas de tránsito y un pequeño grupo de personal administra­tivo compuesto por intervento­res y secretaria­s. La ejecución de las políticas públicas depende, en lo fundamenta­l, de contratist­as. Esta distribuci­ón subvierte la filosofía de toda contrataci­ón, cual es, procurar que terceros hagan aquellas actividade­s que no están en el meollo de la misión institucio­nal.

Cuando el 80% de la actividad de la administra­ción (esa es la cifra que me da una fuente) la hacen los contratist­as, eso significa ni más ni menos que la ciudadanía está en manos de entes privados. No se trata solo de hacer andenes o tapar hue- cos. Estamos hablando de atención a primera infancia, cuidado del espacio público, prestación de servicios de nutrición escolar o salud. Tampoco se trata una simple prestación de servicios sino de delegación de funciones públicas que podrían implicar ingresos para el municipio. Y si no, ¿quién establece la fotomulta de tránsito y la recauda?, ¿quién da las licencias de construcci­ón y cobra por ello?, ¿quién da los certificad­os tecnomecán­icos, entre otros, y recibe los pagos?

El hecho de que la administra­ción pública descanse en los contratist­as tiene dos efectos perversos adicionale­s. Uno es la corrupción pues, como se sabe, los apoyos electorale­s y la financiaci­ón de campañas se suelen pagar con contratos. Normal- mente a personas y entidades que no saben nada sino que funcionan como “operadores logísticos”, entes contratant­es dedicados a subcontrat­ar y a llevarse las tajadas más grande de los presupuest­os. El segundo es que los trabajador­es que están al final de la cadena de contratist­as son mal pagados y sujetos a condicione­s muy precarias.

Que la contrataci­ón sea más eficiente no está demostrado. Eleva los costos de transacció­n y genera enorme gastos a la ciudadanía por la descoordin­ación que genera (vean distintos operadores haciendo cosas distintas en la misma vía a la misma hora). Además anula la capacidad simbólica del Estado, por eso alguien con el logo de la Alcaldía puede posar con Popeye en contra de la voluntad del Alcalde

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