INDIGNACIÓN CONTRA LA CORRUPCIÓN
Los actos de corrupción en que están involucrados muchos miembros de la dirigencia política y económica en nuestras sociedades se han hecho más visibles con el develamiento realizado por agencias de los Estados Unidos sobre la participación de la multinacional de infraestructura brasileña Odebrecht en actos de corrupción, lavado de dinero y asociación criminal en el fraude a empresas estatales.
En más de 12 países de América Latina y África se adelantan investigaciones sobre sobornos de Odebrecht: Brasil, Colombia, Perú, Panamá, Venezuela, República Dominicana, Ecuador, Argentina, Guatemala, México, Angola y Mozambique.
El caso de Perú es emblemático del comportamiento de nuestras élites políticas. El presidente Pedro Pablo Kuczynski negoció el indulto de Alberto
Fujimori por el apoyo político que una parte de los fujimoristas le dieron en el juicio político que la oposición le hizo debido a sus posibles vínculos corruptos con Odebrecht. En una negociación bajo la mesa entre las más prominentes fuerzas políticas del Perú, marcada por la trampa y el engaño, se indultó a un expresidente condenado por graves delitos contra los derechos humanos a cambio de impedir un juicio contra un presidente involucrado en escándalos de corrupción.
Este tipo de componendas se ha convertido en rutina en nuestros países y cada vez más los políticos hacen esto de la manera más desvergonzada, bajo el supuesto de que actúan frente a un pueblo al que consideran pasivo e ignorante. La forma de hacer política ha perdido toda relación con principios éticos y de justicia. Estamos ante una política realista e instrumental, desvinculada de valores éticos, en la cual, como decía Maquiavelo, se recomienda que, puesto que los hombres son egoístas, codiciosos y ambiciosos, el político debe actuar con la fuerza, como una bestia. En el mundo de la política, dicen los realistas, es inevitable el uso de la violencia, la elección del mal, para poder sojuzgar a los hombres y alcanzar los fines que se proponga el Estado. Maquiavelo fue un pensador realista y un calculador, pero nunca defendió que el político deba promover la corrupción. En esto nuestros políticos han superado al autor del Príncipe.
Estas prácticas políticas están conduciendo a que en algunos países de América Latina fracase la democracia representativa y liberal. ¿Qué debemos hacer? Es importante recordar que el filósofo liberal John Locke, propuso la resistencia como alternativa frente a estas formas de incumplimiento del contrato social. Su tesis es que cuando el gobernante opta por hacer de su voluntad arbitraria la ley suprema de la sociedad, cuando roba y es corrupto, se pone a sí mismo en un estado de guerra respecto a su pueblo. La consecuencia de esto es que el pueblo debe tener por tanto no un derecho político surgido del contrato, sino el derecho natural a ofrecer la debida resistencia. En el Perú, esta se expresó en la forma de una indignación ciudadana, que en las calles y plazas se concretó en “una protesta ética vital contra el engaño y la traición de los políticos” (Giusti)
Estamos ante una política realista e instrumental, desvinculada de valores éticos.