El Colombiano

Tomarse más que

Pedir un tinto para pasar el susto de estar de cabeza en una montaña rusa. Esos son los contrastes de este destino.

- Por MÓNICA QUINTERO RESTREPO

El recuerdo es el de una niña mona, de un metro y algo que lleva un morral en la espalda y camina por un sendero ecológico. Ya cansada, sube esa estructura roja de la llamada Torre del Mirador, que vio desde que entró a ese lugar con sus tíos, y desde arriba mira el paisaje verde, con casitas miniaturas: en uno de los frentes, se acuerda que le dijeron, se ve Armenia y Montenegro.

Era el Parque del Café de antes, en el que no existía Pulpo ni montaña rusa ni tren. Sí estaba el sendero y la casa campesina y al final se podía subir en el teleférico. Ese sí estaba. Entre el recuerdo y la actualidad han pasado unos 20 años, no más. Este lugar lo fundaron en 1995.

Ahora es grandote: 105 hectáreas, 26 atraccione­s, 4.000 especies de árboles y plantas.

Mirarlo desde las telesillas es darse cuenta de que ha cambiado, y no solo en el tema. Aunque sigue siendo el café desde el nombre y está el museo y el cafetal tradiciona­l y la finca campesina y un pueblo en la mitad que recuerda a los tradiciona­les paisas con sus casas pintadas de colores y su parque y sus balcones –eso tampoco estaba hace tantos años que fui por primera vez–, las atraccione­s mecánicas lo vuelven un parque de diversione­s para irse a mojar en los rápidos o dejar el corazón en la parte más alta del Kráter, esa montaña rusa que tiene giros de 360 grados y que después de subirlo en 90 grados lo tira con fuerza de la misma manera para dejarlo luego con la cabeza hacia abajo.

Dos parques distintos, o así me pareció con dos señoras con las que compartí el teleférico y que venían de Popayán. Ellas se dedicaron al café y sus sobrinos jóvenes no se bajaron de los carros chocones.

El tren me gustó. Ir por el parque atravesand­o lo que ellos llaman la segunda etapa. Luego uno se puede devolver a pie. Incluso puede subir hasta la primera subiendo escaleras y no en telesillas o teleférico, eso depende del clima. Dicen que la temperatur­a promedio es de 21°, pero puede pasar como ese día de enero que fui: qué calor. Ojalá no deje en casa ni el protector solar ni la gorra. Caminar es de lo más chévere.

También el show del café, en el que artistas bailan música tradiciona­l, del pasillo al bambuco y al san juanero. Si bien creo que la promesa de que van a contarte una historia de este producto solo se cumple en los primeros diez minutos, el espectácul­o emociona a los que les gusta ver bailar.

Eso me falta, quizá. Las montañas rusas no deberían llamarse ciclón o rin rin, sino conectar más con el grano aquel. Quizá para que a uno no se le olvide donde está. municipios conforman el Paisaje Cultural Cafetero, según su página oficial.

Hay más, por eso el paseo debe ser sin afán. Enero, y supongo que las temporadas altas, atrae mucha gente, entonces cada atracción tiene filas interminab­les. Yo terminé solo en el Kráter. Esperar no es lo mío. Mejor ir en esas épocas en que no van tantas personas, irse desde temprano, porque son muchas las atraccione­s. Hasta paseo a caballo, si le interesa.

Un detalle: al inicio del Museo Interactiv­o hay una maqueta que recrea una finca cafetera, y las pequeñas figuras de los campesinos están ahí, moviéndose, recogiendo el grano en los cafetales, cargándolo en sus espaldas cuando ya está listo para transporta­rlo. Son hologramas. Tan bonito. El comunicado­r, Faber Giraldo, me explica luego que el museo está en remodela- ción y que la idea es que cada vez sea más interactiv­o.

De recorrido rápido

El Eje Cafetero tiene tres departamen­tos, Risaralda, Caldas y Quindío (algunos incluyen un pedazo del Valle del Cauca), y cada uno tiene sus espacios por descubrir.

Puede escoger uno solo o visitar por ciudades. A mí me encanta Manizales, pero no soy objetiva –ahí nací, aunque no crecí allí–. Lo bueno es la posibilida­d de descubrir lo que uno no ve en la cotidianid­ad.

De la capital de Caldas siempre nos muestran la Catedral y el Parque de Bolívar y dicen que hay que ir a Chipre, que tiene un mirador maravillos­o, pero faltan los lugares recónditos, que yo descubrí hace unos pocos años: en la Catedral está el corredor polaco, y es la posibilida­d de subir hasta muy arriba y encontrars­e con una panorámica de postal: para mí, esa ciudad blanca en la que a veces las casas se ven unas sobre otras, que atardece en rojo y naranjado cada tanto y que si las nubes dejan, se ve

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia