El Colombiano

Una taza de café en el Eje Cafetero

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el Nevado del Ruiz al fondo.

Mucho frío, sobre todo de noche. Perfecto para no quitarse las cobijas.

Cerca, si le interesan, están los termales, en la vía antigua al nevado. No son tan famosos, entonces no están tan llenos, no tanto tanto como los de Santa Rosa, que también son una buena idea con su cascada natural.

En este recorrido rápido puede seguir a Pereira y luego irse a puebliar y descubrir Salento, Finlandia, Santa Rosa, Calarcá, Quimbaya, ahí entre Quindío y Risaralda, eso por nombrar algunos pueblos en los que puede parar.

Yo me encanté una vez con Circasia, por la historia rara de los dos cementerio­s: uno masón, que está al frente del tradiciona­l, en el que hace tiempo vivía la señora del Cementerio, doña Edelmira, una mujer que le prometió a su hijo muerto acompañarl­o y entonces se iba a estar al lado de su tumba desde el desayuno.

Si de lugares se trata, piense en El Valle del Cocora, el museo del oro y Panaca. Para mí este último, al que habrá que volver de junio de 2011 se inscribió esta zona en la Lista de Patrimonio Mundial de Unesco.

luego a contrastar los recuerdos, es sinónimo de marranitos para alimentar con tetero. Hay avestruces, gatos, gusanos de seda, perros, cabras, ovejas bebés, llamas y hasta curíes.

Este recorrido depende de sus intencione­s. Esta es la zona del Paisaje Cultural Cafetero, inscrita en la Lista de Patrimonio Mundial en 2011. Explorar esos escenarios también es una buena opción, con fincas tradiciona­les para quedarse a dormir allí.

Para ver animales

Cuando estaba pequeña, me acuerdo otra vez que hablaban del Zoológico de Pereira, el Matecaña. Nunca fui, pero ahí estaba, como una posibilida­d para conocer jirafas. Se acabó hace unos años. Ahora está Ukumari, un bioparque que está creciendo, en la vía a Cerritos, a las afuera Pereira, y que asumió algunos de los ejemplares de fauna exótica que estaban en el viejo zoo.

Los suricatos te miran. No son tan grandes como se los imagina uno con Timón, en El Rey León. Corren y se esconden y hay uno en lo más alto de un palo. El guía turístico dice que muchos nacieron allí y que hasta tuvieron que apartar a la matrona, para que otra hembra se pusiera de líder.

Antes están los elefantes. Son tres. Pirinolo, Maggie y Kim. A esta última, si le aplauden, empieza a bailar. Era de un circo y por eso llegó al bioparque. Muchos de los animales están allí porque fueron rescatados, y cuando eso pasa, no pueden volver a sus hogares naturales. No sin un proceso, que es muy difícil. Ahí los cuidan. A las 5:00 de la tarde, los tres elefantes se van yendo a dormir. Ya es hora. Pirinolo encabeza la fila, sin mirar atrás.

En Ukumarí hay dos zonas. En un lado la de los animales de África y en el otro, el Bosque Andino. Hay monos y orangutane­s, que sonríen. Hay siervos para que uno piense en Bambi. Hay hipopótamo­s que solo sacan los ojos del agua, y dantas, incluso una cría con sus rayitas que luego se le van a ir, cuando crezca. Hay muchas aves y patos, muchos muchos patos.

También un lugar para caminar, todavía para hacerlo en pocas horas, unas dos con un poco de afán. La idea es mucho más grande, según se lee en la página web: ser el más grande en su tipo en América Latina. Ahí van.

Es un bebé, dice Sandra Correa, la gerente. El proceso empezó hace dos años. Ya casi llegan los papiones y a mitad del año esperan las jirafas. Ella lo define como un refugio de animales. Incluso algunos llegarán naturalmen­te, como las aves migratoria­s, por los humedales que tienen.

Al final del Bosque Andino hay unas chozas y una estructura de guadua, que a veces se vuelve foto de postal, sobre todo si al fondo aparece un arco iris.

Yo aún sigo pensando en los elefantes. Tan grandes. Y en los suricatos. Tan juguetones

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