LA SED ACOSA A LAS GRANDES CAPITALES
En Ciudad de México, 4 de los 23 millones de habitantes no tienen agua corriente en sus casas. En los barrios de la periferia, el agua llega una vez a la semana o no llega en varias semanas. En otros, cuando se abren las llaves, lo que sale de ellas no es más que fango amarillento.
En São Paulo, desde 2014, cuando el nivel de la represa Cantariera —que abastece a 14 millones de personas— descendió hasta el 3,5% de su capacidad, la ciudad está en emergencia. Los cortes del servicio son cosa de todos los días. El valor de la propiedad raíz ha empezado a caer y el turismo y la construcción se han estancado.
Ciudad del Cabo está a punto de ser la primera gran ciudad del mundo en quedarse sin agua. El sistema de acueducto solo tiene reservas para tres meses. De continuar la sequía prolongada de los tres últimos años, los grifos ya no distribuirán el agua y el gobierno local deberá poner en marcha un programa de emergencia para repartirla en grandes carrotanques.
El fenómeno es relativamente nuevo, pero era previsible: la sed empieza a acosar a las grandes capitales del mundo.
Según los expertos en salud pública y demografía de la ONU, las causas tienen que ver con el aumento de la población y con los cambios en los ciclos hidrológicos causados por la destrucción de los bosques y el aumento del dióxido de carbono en la atmósfera.
Las causas demográficas son evidentes: este es el primer siglo en la historia de la humanidad en que hay más gente viviendo en grandes ciudades que en el campo. Los expertos predicen que tres cuartas partes de la población mundial serán urbanas para 2050. Para entonces, en el mundo habrá más de 700 millones de refugiados por los cambios climáticos.
Estos son el otro factor importante: el aumento sin precedentes del dióxido de carbono en la atmósfera ha generado cambios en el sistema global de lluvias debido al aumento de la temperatura. Este, a su vez, ha incrementado la intensidad y la duración de los periodos de sequía.
Para enfrentar la crisis, en Ciudad del Cabo, las autoridades locales han tomado algunas medidas de emergencia: sus habitantes han sido llamados a usar solo 87 litros al día por per- sona y se ha prohibido el llenado de piscinas y el lavado de autos. Los negocios deben reducir a la mitad sus consumos de agua. Quienes no acaten las medidas recibirán multas de 400 a 800 dólares.
El caso de Ciudad de México es el más grave de todos. La capital importa casi el 40 % del agua de fuentes remotas y después desperdicia más del 40 % mientras corre a lo largo de sus 12.000 kilómetros de tuberías debido a las fugas causadas por los hundimientos y la inestabilidad de los suelos en el valle donde se asienta la ciudad. Si deja de llover en las presas que abastecen el acueducto, el agua no alcanza para surtir los barrios de la periferia. Y si llueve demasiado, la ciudad se inunda.
Los problemas de agua no se reducen solo a estas grandes capitales. Otras, cuyo aprovisionamiento de agua está ligado al ciclo hidrológico de la Amazonia, como Bogotá, pueden sufrir el impacto de la deforestación. En Asia y África, la mitad de la población de las grandes ciudades —unos 900 millones de habitantes— carece de agua potable.
Según la Organización Mundial de la Salud, más de 1.500 millones de personas — es decir, 1 de cada 5 personas— todavía hoy no tienen acceso a agua potable. Y en 2025, dos tercios de la población mundial sufrirán de su escasez. La sed, pues, es la gran amenaza del futuro
Ciudad del Cabo está a punto de ser la primera gran ciudad del mundo en quedarse sin agua. El sistema de acueducto solo tiene reservas para tres meses. La sed empieza a acosar a las grandes capitales del mundo.