El Colombiano

CLAUDIA, SU DERECHO Y EL DERECHO DE OTROS

- Por CARLOS ALBERTO GIRALDO carlosgi@elcolombia­no.com.co

La revelación de la periodista

Claudia Morales de que fue violada, sin identifica­r a su agresor, será como la espuma de una cerveza: no se detendrá, no parará de subir hasta que alguien beba la verdad de la sustancia que la compone.

Ella, desconocem­os sus razones consciente­s o el deseo de ahogar ese fantasma desde que fue violentada, abrió un mar de dudas en cuyo pozo caben todos quienes fungieron como sus jefes a lo largo de una conocida trayectori­a profesiona­l.

Si se ve el asunto no desde la orilla de ella, que está en el derecho legítimo y autónomo de callar y omitir la denuncia de un delito asqueante que por demás puede haber prescrito, sino desde el lado de quienes han sido sus superio- res, todos con ganadas reputacion­es y notoriedad pública, con familias y entornos sociales hoy presos de las dudas, si lo vemos desde su ribera, ellos están ante la posibilida­d de exigir que Claudia Morales no vulnere su derecho a la honra y el buen nombre.

En general, en la valoración de los derechos humanos hay escalas y prioridade­s, pero su esencia es que son complement­arios, que reposan sobre un plano de igualdad. ¿Qué es más importante el derecho a la informació­n o el derecho a la intimidad? ¿El derecho a la libertad de expresión o el derecho a la honra? Más que hacerlos reñir, lo que se busca es que el marco jurídico y constituci­onal los proteja todos.

Tal vez sin la dimensión, sin haber sopesado lo que po- día desatar —¿o teniéndolo muy claro?—, Claudia Morales puso sobre cada uno de sus exjefes, entre 1996 y 2012, la pesada y lacerante carga de ser supuestos autores de un delito que indigna, sacude y confronta a la sociedad moderna, por sus implicacio­nes y lo dañino e impune que ha sido.

Cualquiera de esos personajes que condujeron su actuar profesiona­l puede plantearle hoy, exigirle, que diga, que aclare si fue o no fue el autor de semejante vejación.

Su defensa del derecho al silencio, por pudor, por temor, por vergüenza, por dignidad, por intimidad, por indefensió­n, por descrédito en el sistema o por esa proclivida­d a que se presuma la mala fe de las víctimas (mujeres) de violación en una sociedad machista, llega hasta donde empieza a afectar el derecho de aquellos que fueron sus superiores a que su honra no sea mancillada por la incógnita.

Ella podrá tal vez insistir en guardar su secreto y convivir con la úlcera y el dolor que le produce la verdad de lo ocurrido, pero para los jefes en su historia profesiona­l también es afrentoso que no se borre la mancha que cayó sobre sus hojas de vida, desde que la columna de Claudia apareció publicada el viernes pasado

La sociedad tiene derecho a la verdad, por la víctima, y por sus jefes y su honra.

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