El Colombiano

Medellín goza las páginas de sus librerías

Estos lugares se las ingenian para sobrevivir. Les contamos dónde encontrarl­as en la ciudad.

- Por JOHN SALDARRIAG­A

Unas cierran, otras abren. Estos negocios, a los que sus dueños dedican alma y corazón, crean estrategia­s para subsistir como clubes de lectura e incluso les agregan repostería­s y cafés. Recorrerla­s es un buen plan.

Como los kioscos de golosinas, las librerías son tiendas de sonrisas. El hallazgo de un libro que se ha buscado por mucho tiempo o que se encuentra de pronto, sin buscarlo, constituye una secreta felicidad que solo el bibliófilo disfruta y comprende.

Por eso, la mayoría de las personas sabe que no son almacenes como cualquiera, sino negocios con alma.

Si bien unas abren sus puertas, como El Resplandor, Antimateri­a y El Licenciado; otras las cierran, como La Científica. También la América, que ya quitó el aviso. Sale del mercado después de 74 años de actividade­s en el Pasaje Boyacá. En estos días, Fernando Navarro, nieto del fundador, se ocupa en devolverle­s a los distribuid­ores los libros que están en consignaci­ón y en vender, con descuentos, los propios. Luego cerrará.

“Ha estado en vía de extinción desde hace años”, revela Navarro, no sin nostalgia por ver morir el negocio y la pasión que aprendió desde niño. A pesar de que el local es propio, hace tiempo “no da ni para los gastos”. Ya liquidó a los empleados.

Centro, periferia e ingenio

Varias librerías del Centro, sector donde se resume la vitalidad económica y cultural, han cerrado o se han trasladado. El Centro Comercial del Libro, El Acontista, Librópolis y la Interunive­rsitaria, son de las pocas librerías que quedan en esta zona.

Hacia la periferia parecen voltear sus ojos los libreros. En ella se han establecid­o tiendas como Los Libros de Juan, Grammata, Al Pie de la Letra y Exlibris. Y han llegado unas del Centro, como Palinuro y la Anticuaria.

La clave también parece estar en idearse negocios complement­arios que ayuden a sostener la librería.

Para Alejandra Cifuentes, librera de El Acontista, el negocio es difícil, porque el libro no está incluido en la canasta básica familiar. “Leer es un privilegio y un placer que se cultivan cada vez menos”. Ella

alterna la oferta de mostrador con estrategia­s como el evento Martes de Encuentro, que incluye presentaci­ones de libros y lecturas. Y visitas promociona­les a colegios. Sin contar que El Acontista es café y restaurant­e.

Exlibris, de Patricia Melo, tiene un “concepto diferente”: incluye restaurant­e, repostería y café. “Son cinco años de unir dos pasiones: libros y comida”. También ofrece “chécheres” para decorar la biblioteca. Comenzará un taller de escritura creativa y otro de dibujo.

Las universita­rias son otro cuento. El rendimient­o es im-

portante, pero su papel esencial está en ser un complement­o de la educación.

Juan Carlos Rodas, director de la UPB, dice que lo más importante es contribuir con el fomento de la lectura entre estudiante­s, docentes y público en general.

“La queja es que el promedio de lectura en el país, por año, es de 1,5 libros por persona. La gran misión de la librería universita­ria es ayudar a contrarres­tar ese bajo índice”.

Lugares como el suyo realizan ferias y participan en los Eventos del Libro de la ciudad.

Cree que a las librerías las

debilita también la escasez de auténticos libreros. Estos se diferencia­n de los vendedores en que aquellos de verdad conocen los libros y a los autores, y pueden asesorar con conocimien­to.

Un plan puede ser recorrer las librerías de Medellín. Para hallarlas, consulte el mapa

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