Eln: amenazas y violencia
Crecen los daños causados por una guerrilla que, en contravía de los pedidos de sensatez, respeto y paz que le hace la sociedad civil, se empeña en desbaratar más y más la mesa de Quito.
El Eln parece encontrar “enorme satisfacción” en retar y dañar a la sociedad colombiana. Entre la mesa de Quito, para dialogar y buscar fórmulas de entendimiento con el Gobierno que pongan fin a la confrontación, y poner bombas que matan policías, destruyen puentes y carreteras y atemorizan a los civiles, esa guerrilla elige el terror y la amenaza. Pone en marcha un “paro armado” que acentúa la percepción de que carece del compromiso necesario con salidas negociadas.
Su lenguaje se alimenta de violencia e intimidación. Desoye a los intelectuales que le reclaman sensatez y señales de querer salidas al conflicto, y desatiende la solicitud popular de no acabar con la vida de colombianos humildes, con y sin uniforme, que deberían estar en las entrañas de un “ejército” que se proclama para la liberación. El Eln los aniquila y los condena al miedo.
Crecen las voces que advierten de un proceso que agota día a día la paciencia y los plazos. Un año de diálogos en el que son más las ventajas militares que aprovecha esa guerrilla, copando territorios y expandiendo sus ataques en zonas abandonadas por las Farc, que las conquistas de una mesa de negociación en la que no asoman objetivos y agendas para facilitar el paso cierto de los subversivos de la ilegalidad y la guerra, a la civilidad y la convivencia.
Los 101 días de cese al fuego bilateral, entre el 1 de octubre y la primera semana de enero, empiezan a deshacerse en las muertes, las llamas y las ruinas que deja el terrorismo recargado del Eln.
El interés del Eln se nota hoy más puesto en su reinvención militar que en su dinamismo político para afianzar las posibilidades de éxito del proceso de diálogo. Y ese mensaje debe ser leído con total atención y desapego desde el Gobierno Nacional, para no insistir indefinidamente en negociar con un interlocutor necio y hostil, que mina la voluntad de buscar la paz.
Es el momento por supues- to de no renunciar a la búsqueda de una negociación, en la que se debe calcular cuánto tiempo aguanta la mano tendida, pero es momento también de mostrar la fuerza y la firmeza requeridas para dejar claro que no es aceptable este chantaje que anestesia la moral y la determinación de combate del Estado y sus Fuerzas Armadas contra un enemigo, una contraparte, que abusa de la gene- rosidad y de los mecanismos puestos al servicio de su reincorporación a la democracia y la sociedad colombianas.
Optar por un mal llamado “paro armado”, por atacar vías e infraestructura, como ayer en el Cesar, o como hace unos días en Barranquilla y Soledad, detonando bombas en unidades policiales, revierte cualquier percepción optimista de la ciudadanía sobre las posibilidades de respaldo y de éxito de unas conversaciones atascadas y huecas.
El Eln se empeña en volar en pedazos la mesa de diálogo con la sociedad colombiana, que por momentos se ha mostrado auspiciosa, pero que luego vuelve a caer en las trampas habituales que tiende esa mentalidad bipolar del Eln, con sus acostumbrados actos de propaganda dinamitera y las veleidades de su Comando Central y sus jefes de frente, unánimes y cohesionados para la violencia y dispersos y desunidos para negociar en serio.
Colombia quiere desacostumbrarse, olvidarse de la violencia guerrillera. El Eln sabe que ese cometido hay que lograrlo mediante el diálogo firme y sincero, sin dilaciones, o mediante la fuerza de un Estado que debe procurar por fin la paz para su ciudadanía