VENEZUELA, PATRIA DE UN BOLÍVAR DEVALUADO
Los rostros de desconsuelo de los venezolanos en los pasos fronterizos y en las calles de las capitales colombianas conmueven. Desde Cúcuta a Medellín se perciben sus gestos y sus frases de desesperanza por una patria que no para de desmoronarse ante los ojos suyos y los del mundo. Arriban en un coro melancólico a los puertos de su travesía. Sus caras de fatiga, sus equipajes livianos e improvisados, sus zapatos y sus yines raídos componen la escena del desastre que empezó en Miraflores.
Incomodan a los rebuscadores, a los trabajadores informales de un país, el nuestro, donde también hay aullidos y reclamos de hambre.
Hace dos años la crisis se veía venir. Pero había (y hay) quienes se molestaban porque la torpeza de Nicolás Maduro era de tal evidencia que se hacía imposible no criticarla. Una buena parte de la izquierda colombiana, tan pasional y visceral para la crítica de las derechas propias y las del continente, pero tan falta de autocrítica de su incapacidad de gestión en el manejo de lo público, mantenía la idea fanática de que Venezuela, en algún momento, alcanzaría la cúspide del desarrollo y se convertiría en modelo de venideras “revoluciones socialistas contemporáneas” en Latinoamérica y el planeta.
Que Hugo Chávez no era Simón Bolívar, ni Nicolás Maduro Felipe González o Ricardo Lagos. El primero, que siempre se declaró inspirado por el Libertador, poco a poco promovió la represión que hoy sostiene una dictadura velada que se aferra al poder repartiendo mercados vinagres y puestos para lameculos tan desesperados como los que huyen. Un régimen que convive con las mafias del narcotráfico, de las divisas y de los suministros de bienes y servicios indispensables. Un Estado socialista dominado por los peores vicios del capitalismo.
La “colección” de yerros de la política económica de Maduro ya no cabe en Venezuela. Por eso su tragedia humanita- ria se riega por el continente y una nación dueña de tantas riquezas se transforma en harapienta, en mendiga. Maduro y sus cortesanos han sabido conducir a millones de venezolanos a la indigencia.
Peregrinos que se suman a la marejada callejera de los tintos, los oficios menores, la mano de obra barata y la prostitución. Un régimen que impone a sus ciudadanos la vergüenza, la amargura, el destierro. El llanto y la desesperanza. De aquel país que nos diera la mano, y que fuera el sueño cercano de prosperidad de miles de colombianos, apenas queda un brazo tendido para pedir y recoger monedas.
Que los venezolanos que están aquí no reciban ese desprecio con que hoy los ve y los trata su gobierno
Que los venezolanos aquí no reciban ese desprecio con que los trata Maduro.