El Colombiano

¡QUE ME LA ENVUELVAN!

- Por ELBACÉ RESTREPO elbacecili­arestrepo@yahoo.com

Había una tienda en la cuadra del viejo barrio de mi juventud, una sola. El dueño se llamaba don Tulio y era el papá de los cascarrabi­as. No eran tiempos de llevar bolsas de tela para hacer las compras. Si acaso se había superado, aunque no del todo, la antihigién­ica práctica de envolver las cosas en papel periódico y apenas estábamos conociendo las bolsas de papel Kraft, pero don Tulio sí que sabía tasarlas.

— Don Tulio, que si le manda a mi mamá un quesito, un pan de cien y dos plátanos verdes.

El viejo tendero gruñía mientras ponía los productos sobre el mostrador de madera, donde un gato hacía una siesta que parecía eterna.

— Don Tulio, ¿me puede envolver el quesito, por favor?

— ¿Y en qué quiere que se lo envuelva? ¿En huevo? ¡Llévelo así! Y así tocaba llevarlo, estilando suero hasta la casa y temblando de miedo por la aspereza de aquel viejito malgeniado. Lo suyo era tacañería con antiservic­io.

Han pasado muchos años desde entonces, pero no todo ha cambiado. Hace escasos dos meses, en uno de los almacenes de la i con el punt!co al revés, una voz melodiosa por los altavoces invitó a los clientes a acercarse a las cajas porque estaban próximos a cerrar. La joven que en ese momento registraba mis compras se salió de su sitio y casi que de la ropa. Fue hasta donde la señora que estaba detrás de mí y le ordenó que no dejara parar a nadie más ahí. ¡Menuda tarea! No había llegado de nuevo a la caja cuando ya había otras tres personas en fila. Y empezaron los dolorosos. En malos términos les ordenó ir a otra caja, como no se movieron disparó otro dardo: “Yo les hago el favor de registrarl­es, pero ustedes empacan”. Miradas de asombro, de incredulid­ad, de enojo y reproches airados de los clientes.

Quise ponerme en la camiseta amarilla de aquella chica, pero no pude. Ella trasladó su cansancio a los menos indicados: los clientes. Y ellos, por una sola persona, trasladaro­n su malestar a todo el almacén. ¡Que me la envuelvan!

Desde los tiempos de don Tulio se está hablando de la importanci­a del servicio al cliente, pero con frecuencia encontramo­s excesos. De “en qué te colaboro mi amor, qué tallita buscas, amiguita”, hemos llegado al “de malas, yo ya me voy, empáquelo usted mismo, ya acabé mi turno”.

No generalizo, no quiero satanizar a los que ejercen el duro oficio de atender clientes, que los hay pedantes e insufrible­s también, pero mucho ayudaría tener el personal suficiente y muy bien capacitado, no como aquel “asesor” en un almacén de piyamas que no sabía qué era una batola, y cuando la clienta le dijo que buscara en el diccionari­o, se burló de ella.

No es nada agradable encontrars­e con respuestas del tipo “no sé, pregúntele a otro”, “eso no me correspond­e”, “vuelva mañana”, “llame a la línea o18000xxxx”. Si van a chicanear con buen servicio por lo menos cumplan con lo mínimo: Respondan por las garantías, entrenen a su personal para que no parezcan robots, “sugiérales” que dejen el chicle y el celular para las horas de descanso y no prometan lo que no van a cumplir, pero cumplan lo que prometan.

De lo contrario, esa cantinela del servicio al cliente habrá que ponerla entre signos de interrogac­ión, por más nombre que tenga su marca

Mucho ayudaría tener el personal suficiente y muy bien capacitado. No son agradables respuestas como “no sé, pregúntele a otro”.

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