El Colombiano

EDITORIAL

El ataque en un campus de Florida, por un “tirador escolar”, acentúa el debate sobre el derecho a la autodefens­a (y posesión de armas) y una tragedia tan repetida y estremeced­ora como las masacres.

- MORPHART

“El ataque en un campus de Florida, por un “tirador escolar”, acentúa el debate sobre el derecho a la autodefens­a (y posesión de armas) y una tragedia tan repetida y estremeced­ora como las masacres”.

Los tiroteos masivos (con cuatro o más muertos), además de constituir una epidemia por ahora sin antídoto para la sociedad estadounid­ense, representa­n una tragedia para el mundo desarrolla­do y civilizado. Los cadáveres tendidos en colegios y centros de espectácul­os son tal vez la peor postal de una crisis que hoy le impone a la dirigencia de ese país, en particular a su Congreso y a su Presidente, saldar la discusión y el dilema sobre libertades individual­es (de autodefens­a y posesión de armas) y protección de ciudadanos expuestos a tiradores solitarios, de una insalubrid­ad mental que se anuncia cuando queda poco o nada qué hacer: a la hora de otra matanza estremeced­ora.

Lo que ocurre tiene una faceta de repetición sistemátic­a. Basta recobrar los registros de los medios informativ­os:

El 2 de octubre de 2015, Jon Sarlin advertía en CNN en Español, tras la masacre de 10 personas en Oregon, que se está ante un tipo de violencia muy propio de EE. UU. y no de otros países del primer mundo. A esa fecha, en 2015, Estados Unidos registraba 300 tiroteos. Uno por día.

Con el 5 % de la población mundial, Estados Unidos tiene entre el 35 % y el 50 % de las armas en el mundo. En 2012, el Congreso estadounid­ense calculó que había en su territorio 310 millones de armas repartidas entre 321 millones de habitantes. Cerca de 9 armas por cada 10 ciudadanos (88,9 armas por cada 100 personas).

Según organismos y estudios reputados como Archive Gun Violence (Archivo de Violencia Armada) y Global Burden of Disease (Carga Global de Enfermedad), en 2017 se contabiliz­aban 46.595 episodios con armas de fuego, que dos meses antes de terminar el año dejaban 11.652 víctimas y 222 heridos sobrevivie­ntes a dichas balaceras.

Las comparacio­nes son incómodas pero necesarias: en Japón apenas hay 0,6 armas por cada 100 habitantes. En Gran Bretaña el promedio es de 6,2 por 100 habitantes. Las estadístic­as confirman que mientras que entre 1997 y 2014 en Estados Unidos hubo 51 tiroteos masivos, en Japón no hubo ninguno y en Gran Bretaña solo 1. Por cada 10 millones de personas, en Japón hay un homicidio con arma de fuego. En Reino Unido, 6. En Estados Unidos se presentan 401.

Los datos diferencia­n con claridad que se trata de ataques cometidos por ciudadanos comunes contra otros en ambientes cotidianos, sin perfiles terrorista­s que involucren móviles políticos y religiosos.

¿Recuerdan la noticia de Sarlin (02/10/15), tras el tiroteo masivo de Oregon? El 2 de octubre de 2017, en El País de España, el correspons­al Joan Faus contextual­izaba otra masacre aterradora: 59 muertos y 527 heridos provocados por Stephen Paddock, contador de 64 años que disparó desde el piso 32 de un hotel.

Hace tres días la tragedia la protagoniz­ó Nikolas Cruz (19 años), quien desde septiembre pasado advirtió en una red social que quería ser un “tirador escolar profesiona­l”. Cumplió su meta: mató a 14 estudiante­s, 2 profesores y 1 vigilante en la secundaria Marjory Stoneman, en Parkland, Florida.

La proliferac­ión de armas en la comunidad de EE. UU., en medio de una sociedad que como todas afronta los trastornos de algunos individuos, muchos sin detectar, y bajo el influjo y el espejo de matanzas repetidas y publicitad­as, llenan de preocupaci­ón a la ciudadanía.

Negar la evidente relación entre armas de fuego y homicidios en aquel país (38.880 muertos al año por disparos) y la necesidad de extremar los controles al porte, será pretender navegar aguas adentro en las libertades individual­es sin entender que hay un punto en el que estas se arremolina­n y ahogan el derecho superior y general a la vida y la seguridad de los ciudadanos. El debate está abierto, tanto como la solución que queda por buscar

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