El Colombiano

¿MAMÁ, ME LEES UN CUENTO?

- Por MANUELA ZÁRATE @manuelazar­ate

¿Mamá, me lees un cuento? Todas las noches hacen esa pregunta como si no supieran que incluso cuando uno está al borde de la derrota la respuesta es sí. A la hora de la lectura nos metemos en la cama, a veces arropados los dos. A veces muertos de frío, de cansancio, otras con ganas locas de saber qué pasa en una historia que ya hemos leído varias veces. Es un momento en que nada más existe. Solo mi voz, la de ellos, dibujos, palabras, historias. Clásicas, obvias, poéticas, repetidas. Las amemos o nos sean indiferent­es no hay mejor momento que el de ver cómo se descalabra una bruja o ir hasta el lugar en que se encuentran el pejesapo y el cachalote.

Leer con mis hijos no es algo que descendió sobre mí. Es más bien una herencia. Mis padres hacían lo mismo conmigo. Aprendí a amar la lectura en su voz. Con el tiempo quería hablar como ellos, a la misma vez y del mismo tema. Soñar de la misma forma. Sentir con esa pasión pero a mi manera.

Vivimos en una cultura que ha glorificad­o la violencia. Desde los televisore­s, las pantallas de cine, las consolas de videojuego­s. Los héroes de hoy en día no son los que hacen algo honorable, sino aquellos que pegan más fuerte, que matan más gente, que gritan más duro, que tienen más, que llegan primero. La violencia está allí para que nuestros hijos la consuman a diario, en lo que ven, en lo que escuchan y muchas veces hasta en lo que sienten. La educación ya no es transmitir informació­n y conocimien­to, porque ese está allí a una pantalla de distancia.

Los libros son vehículo de vida, un instrument­o de navegación y de exploració­n de nuestro ser y del mundo que nos rodea. Los libros nos ayudan a aprender lo que es la empatía, las formas de vivir en nuestra piel lo que sucede en la de otros. Cuando uno aprende algo nuevo se ensancha el mundo y te ensanchas tú con ello.

Leer con los hijos no es una garantía de que serán buenos, ni que serán más inteligent­es, pero sí es una herramient­a para conocerse, para buscarse, para hablarse, para vencer obstáculos, para refugiarse en los momentos más duros y para transmitir aquello que tal vez su corazón no permita que mente articule. Es una forma de llegarles, de transitar su mundo y verlo todo a través de sus ojos, de entender sus preocupaci­ones, sus miedos, de adivinar mejor sus carencias. No sabemos quiénes son nuestros hijos porque los tengamos a diario. Los conocemos cuando vemos su reacción ante la tragedia ajena, cuando vemos que se alegran por el bien del otro, cuando descubrimo­s qué los hace llorar o cuál es el espejo en que prefieren mirarse.

La lectura es un puente que une costas tan distantes como la que separa nuestra vida de adultos con el mundo de los niños.

Así que lean. Lean con sus hijos como sea. Bajo el sol, con poca luz bajo las sábanas, en un parque o a la orilla del mar. No habrá mejor experienci­a que aprender a soñar juntos

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