UN PANTEÓN DE LAS LIBRERÍAS
Quién sabe cuántos decenios durará para los habitantes de Medellín la lenta y penosa expiación de culpas y errores cometidos a lo largo de medio siglo de abandono del centro de la ciudad. ¿Cuál centro histórico? -pregunto al ver un aviso callejero que indica la proximidad del sector central. Si casi todo fue arrasado, que nadie se engañe al creer que las actuales ruinas serían comparables con las de los coliseos romanos en las antiguas ciudades españolas, por ejemplo.
Los proyectos para la recuperación del centro parece que van por buen camino. Seguridad y movilidad son dos factores prioritarios resaltados por la Alcaldía. En las maquetas se visualiza un sueño. Pero no va a ser real de la noche a la mañana. Poco a poco van notándose avances. Sin embargo, uno puede seguir siendo escéptico ante alguna suerte de operación retorno para restablecer los antiguos referentes culturales de identidad y para evitar que emigren los que hasta ahora permanecen a pesar del desgano con que se va a cualquier reunión importante después del atardecer, en el perímetro educativo, universitario y cultural.
Al centro de Medellín le dieron el puntillazo fatal cuando se decidió que lo reemplazaría el complejo oficial de La Alpujarra. Ese fue el peor de los disparates, completado con el machetazo del Metro. Ahí comenzó el descaecimiento acelerado. Se precipitó entonces el desastre de San Benito. La calle Boyacá se volvió un pasaje caótico de ventas de frutas y pescado. El parque Berrío se convirtió en concentración de vagos y malandros. Junín perdió atractivo como paseo de jóvenes y fami- lias. Se acabó la custodia de los viejos centinelas que eran los medios de comunicación. Dejaron de pasar los camiones de aseo. En fin, al centro se le declaró en una agonía, que ojalá termine con el prodigio de la recuperación, gracias a los planes del actual Alcalde.
No sorprende ni es extraña la extinción de la más que sep- tuagenaria Librería América. Su dueño, Jaime Navarro, era guía y amigo de los buenos lectores, sabía de sus predilecciones literarias, como librero auténtico. A mi padre lo acompañé muchísimas mañanas en el itinerario por aquellas librerías que ayer recordó John Sal
darriaga en crónica dominical muy de su estilo. Mi papá reunió la preciosa colección de Crisolín, que Aguilar obsequiaba, por medio de la América, a los mejores clientes. Va siendo hora de que Medellín construya un Panteón de las Librerías, donde se recuerden la Continental, la Pluma de Oro, la Nueva, la Don Quijote, la Científica, la Aguirre, todas las que han dejado de existir. Y claro, la América. Podría quedar cerca de la Puerta del Perdón de la Candelaria, para que sigamos expiando medio siglo de culpas y errores
Al centro de Medellín le dieron el puntillazo fatal cuando se decidió que lo reemplazaría el complejo oficial de La Alpujarra. Fue el peor de los disparates.