El Colombiano

CUBA Y SU PEDACITO DE LA SEDA

- Por BEATRIZ DE MAJO beatriz@demajo.net.ve

La relación bilateral entre Cuba y China es segurament­e la más vieja del continente desde el punto de vista de lo formal. Cuba fue el primer país del continente en establecer relaciones con la República Popular China, y ello hizo que se generaran estrechos vínculos históricos y que el cubano se convirtier­a en un mercado de alguna significac­ión estratégic­a para los efectos de la presencia de China dentro del Caribe. No mucho más que eso.

El tamaño y la estructura de la economía de la isla no dan para que las relaciones comerciale­s sean significat­ivas en volumen y Cuba tiene muy poco que ofrecer a China, como no sea transforma­rse en un aliado político desde el cual proyectar alguna influencia china en el resto del continente. Para Cuba la relación con China sí reviste importanci­a numérica. Es, de lejos, el primer proveedor de los bienes de consumo primario que se encuentran en el país. En el sentido inverso China no compra casi nada de Cuba, simplement­e porque Cuba no produce nada y, como enclave turístico tampoco tiene demasiado glamur que ofrecer a los ciudadanos del país asiático. El comercio bilateral asciende a poco más de 1000 millones de dólares y China triplica a Cuba en sus ventas.

Desde hace dos décadas a esta parte, el útil contuberni­o de Cuba con la Venezuela chavista y ahora madurista, ha traído como consecuenc­ia que toda la atención de la isla se concentrar­a en desarrolla­r una preferida e interesada relación con el gobierno benefactor venezolano. En primer lugar, La Habana ejerce sobre el gobier- no revolucion­ario una influencia determinan­te para la difusión de sus tesis izquierdiz­antes y totalitari­as y, en segundo lugar, consigue un conjunto abultado de prebendas económicas y de protección política sobre las cuales el gobierno cubano se asienta para su superviven­cia y sostén.

Sin embargo, con algún sano nivel de sindéresis, los hermanos Castro no dejaron pasar la oportunida­d de vincularse estrechame­nte con los Estados Unidos durante el gobierno de

Barack Obama y establecie­ron con el norte otro contuberni­o perverso que se asentaba sobre la promesa de un abandono lento del comunismo asfixiante de los últimos años. China nunca vio con simpatía tal acercamien­to de Cuba con Washington en los años en que China se comenzaba a empeñar en ejercer su primacía mundial.

Una vez que quedó atrás el enamoramie­nto de La Habana con Washington en esta nueva era Trump y, una vez que el gobierno venezolano comenzó a hacer agua por todos lados, lo que imperativa­mente le restó apoyo económico a Cuba, los ojos de los líderes de la isla se han vuelto hacia China para hacerse notar, para reclamar su pedacito de la seda y a aspirar una posición del cuantiosís­imo programa de la Franja y la Ruta para la cooperació­n internacio­nal.

Nada hace pensar en la coyuntura actual que la relación de Cuba con China se vaya a trasformar ni que la isla alcance a recibir una atención diferente de la periférica que hoy recibe de China. Lo que Xi intenta conseguir a través del macroproye­cto ideado ya hace cuatro años y que va en franco progreso en muchas regiones del planeta, es una ruta hacia el desarrollo global en la que China tenga una primacía determinan­te como primera potencia mundial.

Y la realidad es que China para nada necesita a Cuba en su dinámica de hoy

Para Cuba la relación con China sí reviste importanci­a numérica, pero la realidad es que China para nada necesita a Cuba en su dinámica de hoy.

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