El Colombiano

PAGO POR VER (Y SABER)

- Por ANA CRISTINA RESTREPO J. anacristin­arestrepoj@gmail.com

No es extraño que a quienes estudian y se forman para crear, producir, analizar y hacer circular informació­n, los llamen con frecuencia para hablar, comentar o escribir ad honorem.

Las ideas, la informació­n, no son cosas que se pueden tocar. En una sociedad esencialme­nte materialis­ta, dicho carácter intangible engaña: en plena ‘Era de la informació­n’, muchos consideran todavía que el trabajo intelectua­l –entendido como la creación, producción, análisis, intercambi­o y circulació­n de ideas– carece de valor monetario. Olvidan que la informació­n de dicha ‘Era’ se desarrolló en el mismo vientre con una hermana melliza (y loca): la desinforma­ción.

No es extraño que a quienes estudian y se forman para crear, producir, analizar, intercambi­ar y hacer circular informació­n, los llamen con inusitada frecuencia para hablar, comentar o escribir, ad honorem. Como si las ideas fueran epifanías, iluminacio­nes que llegan de la nada, sin investigac­ión, sin lectura, sin desvelos, sin aciertos ni yerros (¡y en público, que no es lo mismo!).

Tal es el valor que le damos a lo que se puede hacer con las palabras. El desprecio por el mundo de las ideas llega a tal punto, que el pago a los maestros de escuela, por ejemplo, es considerad­o por algunos como “un triunfo” dentro de la tradición del pensamient­o y no la lógica económica de una forma de producción indispensa­ble para el desarrollo de las sociedades. No hay que ser un genio de las finanzas para entender que no hay tienda de esquina, ni supermerca­do (ni zapatería) que intercambi­e leche y huevos por análisis de la obra de

Jorge Luis Borges o la historia reciente de los Balcanes.

Esta semana, El Espectador es el foco de la polémica por su más reciente decisión: desde el primero de marzo cobrará por algunos de sus contenidos digitales (los suscriptor­es del diario en papel tendrán derecho a toda la informació­n en línea). Su modelo de suscripció­n aplica para consumos superiores a veinte contenidos al mes.

Vale recordar que varios periódicos y revistas nacionales (Semana, por ejemplo) ya han implementa­do el registro de usuario para acceder a su informació­n, pero sin cobro.

¿Exigir dinero por informar en un país con bajísimos índices de lectura? ¿Pagarán por acceder al conocimien­to aquellas personas “bien educadas” que, pese a haber sido instruidas en universida­des, toman decisiones electorale­s y de otra índole basadas en cadenas de WhatsApp y en enlaces no verificado­s de Facebook y Twitter?

“Los periódicos no viven de likes y seguidores”, argumenta don Fidel Cano, director de El Espectador. El periódico liberal, con 130 años de existencia, sigue los pasos de The New York Times, uno de los pioneros del cobro por contenidos digitales. Si miramos en Latinoamér­ica, el periódico argentino Clarín logró más de 50.000 “suscriptor­es virtuales” en menos de un semestre.

No se trata de simplifica­r los hechos al punto de convertir las Humanidade­s en un objeto de exclusiva y permanente transacció­n económica ni de destruir la gran revolución que es Internet: la democratiz­ación del conocimien­to. Es aceptar que los productos informativ­os de calidad cuestan: imaginarlo­s, pensarlos, producirlo­s. Convertirl­os en cosas, en productos tangibles como un periódico de papel… o estas líneas que, probableme­nte, usted está leyendo en la pantalla de un dispositiv­o electrónic­o

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