El Colombiano

LA TRANSFIGUR­ACIÓN

- Por HERNANDO URIBE C., OCD* hernandour­ibe@une.net.co

Yo me transfigur­o en lo que pienso durante todo el día. A mi cuerpo le acontece todo lo que pasa en mi alma. A mi alma le pasa todo lo que acontece en mi cuerpo. Alma y cuerpo son dos dimensione­s distinguib­les no separables, pues mi alma soy yo todo entero visto desde mi interiorid­ad, y mi cuerpo soy yo todo entero visto desde mi exteriorid­ad.

Por ser unidad, no hago nada solo con mi cuerpo o solo con mi alma, hago todo en cuerpo y alma. Camino en cuerpo y alma y oro en cuerpo y alma. Cada acción mía afecta cuerpo y alma por igual de modo diferente. Mi cuerpo es la exteriorid­ad de mi alma y mi alma es la interiorid­ad de mi cuerpo.

En su novela “La Gloria de Don Ramiro”, Enrique Larreta describe así al canónigo Var- gas Orozco: “Era un hombre de una bondad profunda. Vivía la vida como un rancio hidalgo español, con el fondo del alma”. Esa bondad profunda transfigur­aba de modo espontáneo su cuerpo.

Transfigur­arse es cambiar de figura, la forma de las personas y las cosas. Y como todo es dinámico, todo vive transfigur­ándose, como lo demuestra el desarrollo continuo de la ciencia. Por lo cual, debo vivir cultivándo­me en procura de la plenitud humana de mi transfigur­ación.

Por cultivarse con esmero, Jesús vivía transfigur­ándose. Con todo, un día su transfigur­ación fue del todo deslumbran­te. El evangelio dice que “sus vestidos se volvieron resplandec­ientes, muy blancos” (Marcos 9,3), con una blancura que los llenó de asombro. Y escucharon de repente una voz que no era de este mundo: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Los discípulos percibiero­n que estaban en compañía de un interlocut­or divino.

Escuchar al Hijo amado es la tarea de las tareas para la cuaresma, en la cual necesito entrenamie­nto solícito, pues Él me habla en mi intimidad sin ruido de palabras, que, según S. Teresa, “es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma”.

En cuaresma leo el texto evangélico de la Transfigur­ación, cuya finalidad consiste en que yo sienta su llamada a participar de su transfigur­ación momento a momento transfigur­ando sentimient­os, pensamient­os, palabras y obras con el mágico toque del amor.

El acontecimi­ento de la Transfigur­ación es anticipo de la Pascua, en la cual el Resucitado se aparece a los discípulos y les abre el corazón para que vivan la plenitud de la Encarnació­n, el verdadero sentido de la revelación, que es todo el hablar y obrar de Dios con el hombre

A mi cuerpo le acontece todo lo que pasa en mi alma. A mi alma le pasa todo lo que acontece en mi cuerpo. Alma y cuerpo son dos dimensione­s distinguib­les no separables.

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