El Colombiano

Sin internet y sin móvil, la vida se hacía a mano

Cada avance tecnológic­o cambia el mundo, acorta caminos y facilita procesos. ¿Cómo era el día a día antes de estar tan conectados? tados?

- Por JOHN SALDARRIAG­A

Cuando el músico Juancho Valencia, hoy director de Puerto Candelaria, estaba en la universida­d, a cada rato le tocaba cambiar mil pesos en monedas para llamar por teléfono público a los 15 integrante­s de una agrupación musical de la que hacía parte, para avisarles que había ensayo.

“Me sabía de memoria los teléfonos y los nombres de las mamás de todos. ‘Doña Omaira, ¿cómo siguió de la rodilla? Qué bueno. Por favor, dígale a Eduardo que mañana habrá ensayo a las cinco de la tarde’”.

Era el decenio de 1990. No había internet ni teléfonos móviles, dos de los avances tecnológic­os que han cambiado la vida de manera drástica.

En esa misma época, Jorge Giraldo, hoy decano de Humanidade­s de Eafit, fue a Europa por primera vez. Les envió postales a los hijos por correo... “Llegué primero yo a la casa que las postales”.

Mientras esto pasaba, una escena se hizo tan repetida en las madrugadas bogotanas de principios de la década del 90, que corrió el riesgo de convertirs­e en estampa típica. Poco después de las 6:00, Norberto Vallejo, en ese momento periodista recién egresado de la Universida­d Libertador­es, dirigía sus pasos a la esquina de la carrera 7a. con 19, hasta el kiosco de periódicos del único vendedor que, en varios kilómetros a la redonda, recibía “ejemplares frescos” de diarios del mundo. El País, de España; La República, de Uruguay; El Universal, de México; El Nacional, de República Dominicana; Clarín, de Argentina... De estos casi dependía la vida del joven periodista. Debía revisarlos para alimentar las mañanas de Julio Sánchez Cristo, en Viva FM.

Existían las agencias de noticias, Reuters, AFP y demás. Cómo no, estas surgieron en el siglo XIX, pero en los diarios hallaba historias novedosas. “Curioseaba” los anchos folios en busca de notas impactante­s, en las áreas de cultura y actualidad. ad. Cuando hallaba una interesant­e, resante, por lo original nal de su tema, su tratamient­o, o por el personaje que la protagoniz­aba, onizaba, sacaba la grabadora badora del bolsillo de su chaqueta y la a leía en voz alta para reproducir­la después en la sala de redacción n de la emisora. Grababa también quién la había escrito y dónde ocurrían los hechos.

“No olvidaré nunca a ese vendedor r de periódicos —dice Norberto, , actual director de El Club de Lectura, ectura, de Caracol Radio—: se llamaba Mario y era Uruguayo”. o”. Relata que, de ahí, lo que seguía ía era ubicar al periodista y al personaje. Todo se hacía por teléfono, léfono, vía Telecom.

“Señorita rita Liliana —le decía a la operadora, ora, que casi siempre era la misma—: sma—: comuníquem­e con el señor ñor Mijail Gorbachov en el Hotel el Ritz, de Buenos Aires, y dígale ale que el presidente de Colombia bia lo quiere saludar”.

No era a cierto, pero funcionaba. Así armaba rmaba el show radial. Mientras tanto, lo demás era llamar a la Casa de Nariño y decirle al presidente, idente, César Gaviria, que el líder er de la Perestroik­a lo quería saludar udar desde Argentina.

Teléfono fijo, fax y bíper

Jorge Giraldo aldo dice que fue una época poca de gran contacto con el exterior, erior, tanto en las universida­des es como en las organizaci­ones no ggubername­ntales. gubernamen­tales. Él, que la pasó entre la Universida­d de Antioquia ntioquia y la Escuela Nacional Sindical, indica que ese contacto era eminenteme­nte físico. Había muchos viajes. Y se debían llevar maletas inmensas para que cupieran libros, revistas y documentos que se querían compartir y traer otros que se adquiriera­n allá.

Jorge cree que el gran salto tecnológic­o fue en la telefonía. Si bien no había móvil, se acabó el monopolio de Telecom y entraron empresas privadas que ofrecían servicios de llamadas para los hogares, especialme­nte a los de clase media, sin necesidad de operadoras.

En los 90, antes de los celulares, estaba el bíper b o buscaperso­nas, un aparatiap co que cabía en el bolsillo, bolsillo provisto de una pantalla en l la que aparecía el número de tel teléfono de alguien que requería c comunicars­e con el dueño del bíper. b

Juan Antonio Agude Agudelo, el coordinado­r de Cultura d de Eafit, era periodista de El Mundo M en aquel tiempo. Cree q que es bueno haber vivido sin internet ni teléfonos mó móviles, porque obligaba a ser s recursivos, a realiza realizar más trabajo de camp campo que hoy y a escuchar escucha más historias de viva voz. v

Recuerda la tira ti de papel interminab­le que qu vomitaba el fax, como los boletines de prensa de la Policía, Po en el que esta institució­n institució reportaba los delitos de la noche anterior.

Había que tener cuidado con el fax. Según Jorge Giraldo, si se quería preservar la informació­n que llegaba por esta vía, era preciso fotocopiar­la de inmediato; de lo contrario, en pocos meses, cuando uno iba a revisar el mensaje, no tenía más que una hoja blanca con manchones.

“Ahora recuerdo que cuando me gradué de la maestría, uno de los jurados de la tesis fue Luis Antonio Restrepo. Envió su concepto por fax a la

universida­d. Y cuando estaba escribiend­o el libro El DIM, una pasión crónica, Darío Jaramillo me envió su texto por fax desde Bogotá. Era 2003”.

Ramiro Velásquez, periodista de EL COLOMBIANO, recuerda los teletipos, unos aparatos en los que se recibían las noticias de otras partes. Era un instrument­o para cada una de las agencias a las que estuviera abonado el periódico. Mecanograf­iaba la informació­n en papel.

El internet se implementó en Colombia desde 1995, gracias a gestiones del ingeniero Hugo Sin y su equipo de trabajo de la Universida­d de los Andes, aunque de manera masiva cuatro años más tarde. Sin la red y sin telefonía móvil se hacía lo que se hace hoy, pero de otras maneras, más artesanale­s y directas. Como dice Juancho Valencia: con llamadas a teléfonos fijos y otros medios se acordaron las giras de los Beatles y de la Fania. La falta de un avance tecnológic­o nunca ha sido obstáculo para nada

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