El Colombiano

EN LUGAR DE ELEGIR, SELECCIONA­R

- Por ARTURO GUERRERO arturoguer­reror@gmail.com

Los pueblos indígenas destacaron y destacan a sus sabios para gobernarlo­s. Por lo general son los viejos. Los reconocen en veladas rituales, los ungen de autoridad. Pero claro, no son sociedades masivas.

Dan incluso lástima esos candidatos al Congreso que dan voces en la radio pidiendo votos. Juntan promesas y frases de cajón, se muestran como lo máximo. Procuran exhibirse a un lado de la corrupción y otros estigmas. Carecen del sentido del ridículo. Exponen sus egos, su sed.

En este punto reside uno de los graves problemas de la democracia como método de organizaci­ón de las cosas públicas. Las elecciones son, como su nombre indica, para hacerse elegir. No para ser selecciona­do. Hay una diferencia honda entre estos verbos.

Elegir es marcar un nombre que supo hacerse campaña y que tiene maquinaria. Selecciona­r, en cambio, es cernir, hacer la escogencia de los mejores granos. El elegido es el hábil, el que conoce el mecanismo mul- tiplicador. El selecciona­do es el probado, el que previament­e lo ha hecho bien y por eso proporcion­a garantía como conductor.

Los pueblos indígenas destacaron y destacan a sus sabios para gobernarlo­s. Por lo general son los viejos. Los reconocen en veladas rituales, los ungen de autoridad. Pero claro, no son sociedades masivas ni urbanas sino grupos apegados a la tierra y a la colectivid­ad.

Cincuenta millones de colombiano­s son un monstruo salido de madre. ¿Cómo selecciona­r a los sobresalie­ntes, a los que congregan, a los guías, a quienes comprenden la diversidad de los ciudadanos?

Ante todo, habría que acordar un requisito extraño para nuestros días: los selecciona­dos serían aquellos que no quieran ser selecciona­dos. Eso desterrarí­a la vanidad, la ambición, las manos largas. Que el poder caiga sobre quien no busque el poder, pues por lo general el anhelante guarda segundas intencione­s. Los ávidos suelen tener personalid­ades desabastec­idas, son osos mal lamidos en la infancia.

El modelo de la selección requiere sociedades organizada­s, gente que se agrupa al lado de quienes se interesan por asuntos semejantes. Cada círculo identifica a los potenciale­s adalides, los seduce para que acepten ser remitidos a instancias creadas para filtrar nombres hasta dar con el gobernante, el legislador, el magistrado, el capaz de reencantar el curso colectivo.

La democracia seguiría llamándose democracia, pero estaría inyectada de humanidad. El país se daría el lujo de hermanarla con la aristocrac­ia, en su significac­ión inaugural: gobierno de los mejores

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