La memoria también sigue su camino
El Ficci se abre con un documental sobre el escultor de los zapatos viejos de Cartagena.
Dice que se le acabaron los abuelos para contar más historias. Su primer documental, Cartas a una sombra, fue sobre su abuelo paterno, el defensor de los derechos humanos, Héctor Abad Gómez. Su segundo trabajo, que será la película inaugural del Festival Internacional de Cartagena de Indias (Ficci) 2018, The Smiling Lombana, es sobre su abuelo materno, Tito Lombana.
A partir de archivos fílmicos familiares, Daniela Abad Lombana contrasta memorias y entrevistas para encontrar ese nudo de la nostalgia, un camino trazado por su padre, el escritor Héctor Abad Faciolince. El problema es si el pasado es digno de memoria o si es mejor dejarlo atrás.
Que el Ficci haya inaugurado sus dos últimas ediciones con documentales, muestra a un país que le interesa verse reflejado. Como menciona Abad, este género tiene mucho más qué contar sobre nosotros que cualquier ficción.
¿Cómo surgió esta historia?
“Nació incluso antes de Carta a una sombra. Fue la historia de un cortometraje para un trabajo de universidad. Me acordé de la historia de mi abuelo. Sabía que había sido el escultor de los zapatos viejos y cuando íbamos a Cartagena, siempre los visitábamos, pero era lo único que sabía. Al principio tuve dificultad para que mi familia accediera a contarme de él, pero a medida que fueron surgiendo las cosas pude ir sabiendo quién era y por qué habían dejado de hablarle. Me empecé a dar cuenta de que atrás había una historia mucho más grande que un cortometraje”.
Hay momentos en que narra en primera persona. ¿Según qué decide aparecer o no en la narración?
“El documental tiene dos líneas, la historia de Tito y la que se desprende de Tito, con reflexiones más personales. Los mo-
mentos en los que aparezco es porque reflexiono sobre algo y la historia me lleva a otro lugar más personal y universal. También era como llevar al espectador a su vida. En esos momentos hay otras pausas más reflexivas e intervengo por un hecho práctico. Muchas veces usé mi voz para presentar a los personajes y también para plantear un momento histórico”.
¿Por qué el título The Smiling Lombana?
“Mi familia siempre se opuso a ese título porque les trae malos recuerdos. Para mí, el hecho que estuviera en inglés no era una decisión pedante. Creo que en Colombia estamos influenciados por la cultura norteamericana, muy presente en todo. Hay como una admiración al sueño americano. Me parecía bueno que estuviera presente eso, como un sueño. Creo que en algún momento Tito tuvo un sueño europeo, y eso era para mí como un sueño de no ser de donde somos, la no aceptación de país, de lo que somos. Aunque seamos muy patriotas no queremos en el fondo ser colombianos, porque casi todo lo que tenemos son copias de otros lugares. Por otro lado me parecía que la sonrisa era algo muy característica de él, un gesto a la vez ambiguo, que lo caracterizaba bien”.
El documental ha tenido un nuevo auge, un resurgimiento. ¿Le parece?
“Ahora la gente está teniendo una mejor aceptación de las películas documentales que las de ficción, extrañamente. En realidad, cada vez a la gente le interesa mucho más el cine documental, e en parte porque no hemos contado nuestra historia. Digamos que los documentales pueden ser mucho más cercanas al espectador; tal vez en la ficción no se sientan tan identificados como en las reales”.
Ahora que lo dice, en las dos películas predomina una nostalgia...
“Sí, es un sentimiento que me gusta mucho, aunque también es de dos personas que ya no existen (los abuelos). En general el cine es muy nostálgico, pero el documental mucho más porque intenta retener un pasado que ya no existe o un presente que ya no va a existir. En el caso de mis dos documentales, son casos con personas que reviven a través del documental. Tal vez en eso está la nostalgia”.
En cuanto a lo técnico, ¿cómo obtuvo el material?
“Desde muy pequeños mi mamá tenía muchos rollos de 8mm, algunos de 16mm y un proyector. De vez en cuando veíamos películas de cuando éramos chiquitos. Era la forma que teníamos de ver a mi abuelo. Decidimos digitalizar unas 30 horas de material de archivo fílmico rodado en Italia en los años 50, 60, y en Colombia hasta los 70. Lo último que tenemos va hasta los años 70 y creía que había imágenes muy valiosas de Cartagena, Roma… Además teníamos un archivo fotográfico familiar muy grande, pero el más valioso fue el fílmico”