El Colombiano

DEMOCRACIA EN APUROS

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ redaccion@elcolombia­no.com.co ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

Colombia y sus historiado­res siempre han sacado pecho para pregonar muy orondos de que somos la democracia más antigua y sólida de América Latina.

Afianzan esta creencia en el hecho de que en el siglo XX, de todos los amagos de golpe de Estado, sólo uno prosperó, el del general Rojas Pinilla en 1953 contra Laureano Gómez.

Ahora la revista The Economist sitúa a Colombia en la décima posición en lo referente a la solidez y la seriedad del sistema democrátic­o dentro de los países latinoamer­icanos. Hace poco la había clasificad­o en la lista de “democracia­s imperfecta­s”. Escalafone­s tan deshonroso­s como humillante­s.

Pero si comenzamos a escudriñar las razones que han conducido al país a tamaña degradació­n, vamos encontrand­o las causas que lo empujan a ese grado de democracia deteriorad­a.

Las tres ramas del poder público están poco acreditada­s y gozan de baja respetabil­idad. Lo dicen todas las encuestas. Un órgano ejecutivo clientelis­ta, con cicatero apoyo en la opinión pública. Un Congreso tan mal calificado como la guerrilla. Una justicia deslegitim­ada por los continuos escándalos de corrupción, revanchism­o, impunidad y politizaci­ón, y con carteles de la toga y de tutelas. Unos partidos políticos anarquizad­os, colmados de arribistas y desertores, atiborrado­s de microempre­sas curuleras, sin organizaci­ón ideológica, no pocas clientelis­tas y formadas al amparo de patrocinad­ores residentes en las propias cárceles colombiana­s. Institucio­nes desprestig­iadas, con niveles de confianza y credibilid­ad por el suelo. Con la opacidad aferrada a sus entrañas.

La violencia urbana está desatada. Le dinamita los cimientos a la democracia. El vandalismo y los saqueos en tiendas y mercados en el sur de Bogotá podrían ser un síntoma de que la lucha popular podría estallar de un momento a otro. ¿Será un campanazo de alerta en la campaña presidenci­al?

En los campos tampoco aflora la paz. Tierras desocupada­s por la subversión van siendo tomadas por otros actores de la violencia, que persisten en cultivar y comerciali­zar la droga, el gran combustibl­e de la guerra. El narcotráfi­co se aviva con la presencia de mafias extranjera­s que, según la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo, ya se asientan en 10 departamen­tos de Colombia a través de poderosos carteles. Asociados y armados hasta los dientes, cuentan con una capacidad asombrosa para debilitar el sistema democrátic­o. Máxime si es de- fendido por un Estado como el colombiano, débil con el fuerte y fuerte con el débil.

¿Cómo puede ser Colombia una democracia sólida y seria, cuando Amnistía Internacio­nal en su último informe enumera once delitos, entre crímenes y violacione­s a los derechos humanos fundamenta­les cometidos en el marco del posconflic­to, compartien­do con Venezuela tan vergonzoso escalafón?

Y si a tan turbio panorama le sumamos el repunte en las encuestas del candidato presidenci­al populista de extrema izquierda, el horizonte no puede ser más confuso para la democracia. Con la posibilida­d de volverse negro el paisaje, color con el que el populismo cubre de luto la muerte de las democracia­s reales. Y así en la próxima edición de The Economist la cola podría ser el lugar adecuado para Colombia en la vitrina de las democracia­s latinoamer­icanas

El horizonte no puede ser más confuso para la democracia colombiana.

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