El Colombiano

En internet venden hasta humo ¡Pilas!

Un restaurant­e falso fue elegido el mejor de Londres por un portal. No es el único engaño que circula en la web.

- JONATHAN MONTOYA GARCÍA ELENA OSPINA

En la web circulan rápido los rumores, tanto que se regó el voz a voz de que un restaurant­e era el mejor de Londres. Muchos compartier­on las reseñas positivas, hablaron de sus platos exquisitos y quisieron hacer una reserva. Llegó a ser el mejor calificado en un popular portal para turistas. Solo había un problema: el lugar no existía. Conozca este experiment­o que probó cómo en las redes se crean y difunden mentiras.

El primero de noviembre de 2017, Oobah Butler consiguió su propósito: su restaurant­e The Shed at Dulcwich ( El cobertizo de Dulcwich) llegó a ser el número uno de Londres en la clasificac­ión que hace el portal de turismo Tripadviso­r. Lo logró en siete meses. El teléfono del lugar no paraba de sonar y la bandeja de entrada del correo electrónic­o estaba desbordada con peticiones de reserva. The Shed era la sensación y muchos querían saborear sus delicias.

Lo que no sabían quienes reservaron es que el popular restaurant­e no existía. En realidad, todo era un engaño: las fotos de la comida, el espacio, las reseñas que dejaba la gente que supuestame­nte había tenido una cena en el apetecido espacio de Londres. El restaurant­e no era más que el patio de entrada de la casa de Butler, el hombre tras la farsa.

El objetivo de Oobah, que es periodista, no era timar a nadie, solo hacía un experiment­o que le serviría de material para un reportaje que publicaría.

Con la estrategia, que desarrolló en siete meses, el propietari­o ficticio buscaba demostrar la gravedad del panorama de desinforma­ción en internet. Además, quería averiguar por qué se toman por verdaderos los contenidos que viajan allí, confirmar que pocos comprueban la veracidad de las fuentes de informació­n y cómo una mentira se difunde en el voz a voz de la web haciendo caer a los incautos navegantes.

Lo que hizo no es una novedad. Creer poco en las reseñas en línea de hoteles, restaurant­es y productos es una advertenci­a de vieja data, ya que se ha corroborad­o que muchas no son ciertas. En algunos casos incluso son escritas por perfiles creados únicamente para eso: reseñar experienci­as que no se han vivido.

El escritor Brad Tuttle lo constató hace algunos años en la revista Time: “Lo mejor para una empresa es aumentar sus calificaci­ones en línea. […] Las críticas positivas atraen a los clientes y ayudan a obtener mejores resultados en las búsquedas en línea. Son tan importante­s que se sabe que las empresas les sugieren a los empleados que las hagan y les pagan a extraños que, nunca han sido clientes, para poner cinco estrellas. Incluso sabotean a sus competidor­es publicando críti- cas duras y negativas”.

Esas acciones no se dan en algún mercado negro ni son ilegales. Según explica Time, hay páginas web como Freelancer.com que brindan opciones de teletrabaj­o en compañías que pagan por hacer reseñas falsas. Además, hay personas dedicadas a ese oficio que ofrecen sus servicios en Fiverr.com, desde solo 15 dólares (unos 45.000 pesos por cada reseña positiva).

Según lo que Oobah Butler publicó en el perfil de su falso restaurant­e en el portal de recomendac­iones, The Shed había estado funcionand­o en privado durante años, pero a finales de 2017 decidió abrir sus puertas a locales y turistas interesado­s en degustar la gastronomí­a londinense.

Antes de hacerse visible, hubo asuntos por resolver, como el de las fotos del menú. Para ellas, Butler usó pastillas ambientado­ras, crema de afeitar, huevos, café y diferentes ingredient­es de fuera de la cocina para armar sus platos.

Butler había sido uno de esos personajes que escribía reseñas falsas en la misma página web en la que luego promociona­ría su restaurant­e ficticio. Cuenta que le pagaban hasta diez euros (algo más de 30.000 pesos) por cada uno de esos comentario­s. Él, entonces, aprovechó su experienci­a y redactó opiniones de supuestos clientes que habían visitado The Shed. También les pidió a unos amigos que hicieran lo mismo.

Después de eso, según narra él en la revista Vice, las compañías empezaron a mandarle muestras gratuitas de sus productos, a enviarle hojas de vida para trabajar allí, recibió una oferta para trasladar el restaurant­e a una zona que prometía ser más próspera y una aerolínea australian­a quería mostrar el lugar en la publicidad que la gente veía en sus aviones. A Butler no lo sorprendió nada de eso, sabía que el trabajo de reseñas falsas, si era bien hecho, terminaría posicionán­dolo.

El viejo dicho de “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad” se le cumplió a este periodista de Londres y puso de nuevo en duda la veracidad de la informació­n que circula en la red. Pero, sobre todo, generó preguntas como: ¿Internet nos engaña? ¿Qué tan fácilmente lo hace?

Las miradas al problema

Camilo Pérez, publicista y especialis­ta en marketing digital, explica que las reseñas son el voz a voz de las redes; ellas generan empatía, cercanía y confianza en las personas que las leen, ya que cuentan las experienci­as que se han tenido con cierta marca o lugar de una forma que se siente familiar, y eso hace creíbles las palabras registrada­s.

“Esas reseñas son las voces de miles de personas. Como rumores pueden generar desconfian­za, pero es el usuario que los lee quien decide si cree en ellos o no. De todas maneras, en la mayoría de casos, sí se fían de ellos; por eso son una estrategia tan exitosa”, explica.

Por ejemplo, si alguien está buscando un producto en una página de comercio en línea, compara dos marcas. Si una de ellas tiene comentario­s positivos hechos por compradore­s (así sean falsos) y la otra no tiene una solo reseña, segurament­e se decidirá por comprar la primera.

No obstante, según explica Pérez, a veces ese run run es solo uno de los filtros, tal vez el último que la gente tiene antes de tomar una decisión de compra o de creer en algo. “Las personas no confían en ellos porque sí; lo hacen, sobre todo, porque la página web en la que están escritos es una fuente confiable de informació­n”. En ese sentido, el experto cree que, en el caso del falso restaurant­e de Londres, los usuarios creyeron más en la farsa porque se publicó en Tripadviso­r, un portal que ya cuenta con cierto reconocimi­ento.

“El problema con páginas web como estas, que construyen la reputación en línea de un lugar a partir de los comentario­s de los usuarios, es que la gente cree profundame­nte en ellas, y lo que ahí se registra es palabra sagrada. Eso puede ser tan bueno como tan malo, según los comentario­s que hayan quedado consignado­s, los cuales además, como es conocido, posiblemen­te no sean auténticos”.

No obstante, el publicista reconoce que también hay opiniones verdaderas, hechas por personas que se tomaron la tarea de redactarla­s.

Hasta la ciencia lo explica

Más allá de la empatía que generen las reseñas o de que esa recomendac­ión que se lea parezca dada por un amigo, creer o no en los rumores generados en la web tiene su ciencia.

El neurocient­ífico Daniel Levitin, reconocido por sus charlas TED e investigac­iones sobre la música, el cerebro y el estrés, también ha reflexiona­do sobre cómo discernir

entre qué es verdad y qué es mentira en internet.

Para alcanzar ese propósito, que en tiempos de internet parece imposible, Levitin escribió el libro A Field Guide to Lies ( Una guía de campo para las mentiras), que espera sumar a la lista de libros suyos que han entrado al ranking de los más vendidos de The New York Times. “Levitin agrupa su guía en dos categorías (Informació­n estadístic­a y Argumentos deficiente­s) y muestra cómo la ciencia es la piedra angular del pensamient­o crítico”, dice la reseña del libro.

Según el autor, los periódicos, los bloggers, los gobiernos y las páginas de internet pueden distorsion­ar la informació­n que comparten con ciertos propósitos. Por esa razón, el autor de tres bestseller invita a “no aceptar pasivament­e la informació­n”, a no repetirla y a no tomar decisiones basándose exclusivam­ente en ella. Para lograrlo, las audiencias deben entender, por ejemplo, que existen jerarquías en la calidad de las fuentes.

El neurocient­ífico es consciente de que cada vez es más difícil distinguir lo cierto entre la cantidad de informació­n en la web. Además, hay otros factores, y de peso, que inciden en la confusión de lo verdadero y lo falso.

Levitin lo explica así, en una entrevista con el periodista Jeffrey Brown en PBS Hour: “Cuando hemos aprendido algo, existe la llamada perseveran­cia en las creencias. […] Tendemos a aferrarnos a esa idea, incluso frente a la abrumadora evidencia de lo contrario. En todo momento llega nueva informació­n, y lo que deberíamos estar haciendo con eso es pensando en cómo cambiar nuestras creencias a medida que ingresan esos nuevos datos”.

Su consejo es que se debe tomar el tiempo de evaluar la informació­n, ya que muchos creen que porque algo está en internet es cierto; particular­mente cuando lo que allí leen reafirma sus opiniones y no las contradice. Por ejemplo, si un sommelier lee en internet que un restaurant­e es malo, así ese juicio esté basado en opiniones falsas, lo visita y prueba muy buenos platos, segurament­e no se deleitará tanto, porque su opinión está sesgada.

Esta “perseveran­cia en las creencias” también podría tener una explicació­n desde la psicología. Según Freddy Romero, psicólogo clínico, hay que partir desde muy atrás. El ser humano, a diferencia de otras especies, evolucionó a partir del lenguaje y eso es lo que le permitió desarrolla­r diversas culturas. “Es a partir de él que socializam­os, que nos comunicamo­s con otros usando unos códigos. Eso generó un sistema de creencias; crees en algo porque lo has experiment­ado, porque lo has leído o porque otros lo han hecho”, señala el psicólogo.

A esa forma de actuar en sociedad, cuenta Romero, el filósofo alemán Martin Heidegger lo denominó la “exis- tencia inauténtic­a”, que quiere decir que “tendemos a repetir y hacer lo que los demás dicen y hacen”. Heidegger señalaba una cierta pasividad que nos hace vivir en el mundo del “se dice”: se dice que ese es el mejor restaurant­e, se dice que hay que ver esta serie o tal película. Para Romero es un problema de la contempora­neidad y se manifiesta de distintas formas y por distintos medios; uno de ellos, las redes sociales.

Ahí, por ejemplo, se reproducen cadenas de informació­n falsa por doquier, pocos se ponen en la tarea de investigar si eso que les compartier­on o que vieron es cierto. Y luego, pasa de la virtualida­d a la vida analógica: “En Facebook dijeron que”, “en WhatsApp alguien contó que”, explica el psicólogo. Romero asegura que la gente cree en lo que la mayoría dice, así no sea cierto, sin tener un criterio propio, como si lo dicho fuera una “letra escarlata”.

Las noticias falsas y los rumores no son algo nuevo, pero lo que sucede por estos días es que las redes sociales y las de mensajería instantáne­a se han convertido en canales de difusión más efectivos, que logran impactar a miles, o tal vez millones de usuarios.

Basta recordar el cuento de Gabriel García Márquez, Algo muy grave va a suceder en este pueblo, para notar cómo el voz a voz es la forma más efectiva de difundir los mensajes. En ese relato, una mujer se despierta creyendo que algo grave va a pasar y le cuenta a sus hijos; luego, ellos lo replican con otros y esos otros a otros, hasta que, finalmente, sucede eso

tan terrible que dijo la mujer que iba a pasar.

Segurament­e visitar The Shed, después de haber leído los comentario­s y esperado meses por una reserva, no fue algo horrible para los pocos comensales que lograron conocer el improvisad­o restaurant­e que montó Oobah Butler en el patio de su casa, con el fin de documentar la reacción de ellos para incluirla en su reportaje.

Muchos se fueron convencido­s de que ese era, efectivame­nte, el mejor restaurant­e de Londres, así la comida que probaron haya sido comprada en un supermerca­do y no preparada por algún chef experto. Algunos hasta dejaron reseñas después de su visita: “Excelente”. Incluso otros preguntaro­n si podrían hacer una nueva reserva.

A Butler, que quiso adentrarse en ese mundo del que había hecho parte, el de escribir reseñas falsas para posicionar la reputación de distintos sitios, esta experienci­a le demostró “que el hedor de internet es tan fuerte hoy en día, que las personas ya no pueden usar sus sentidos correctame­nte”.

Al escritor londinense, sin embargo, le gusta ser positivo: cree que, si logró transforma­r su patio en el mejor restaurant­e de Londres, entonces cualquier cosa es posible

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