NO HAY ESTADO, NO HAY GOBIERNO
No hay Estado, tampoco gobierno. No los ha habido al menos en los últimos 50 años.
La deforestación de la Amazonia es una muestra. En Guaviare y Putumayo la salida de las Farc significó el aumento de la tala descontrolada.
Los territorios no fueron ocupados por el Estado. No ha habido en la historia reciente quién intente copar los espacios de esa otra Colombia para llevar los servicios que deben ofrecerse a cualquier nacional.
Pese al daño provocado en lo ambiental, con sus ataques irracionales a la estructura petrolera y sacando provecho también de actividades agropecuarias y deforestadoras, en no pocas regiones la guerrilla fue la autoridad que no dejó acabar selvas. Se lo dicen a uno campesinos de alejadas veredas e investigadores y miembros de organizaciones que trabajan con esas olvidadas comunidades.
Eso es lo paradójico y lamentable. Enrostra esa ausencia, que no es solo del nivel central. En Antioquia la Gobernación no ha llegado a esos sitios alejados dejados por las Farc. Y en el tema de deforestación, sigue la tala creciente en regiones como el Urabá, Nordeste y el Bajo Cauca.
Una ausencia no solo de ahora. Ha sido deuda eterna. Todos sabemos que contribuyó a la generalización de la violencia.
Colombia se había comprometido con el mundo a reducir a cero la deforestación amazónica a 2020. No se cum- plirá. El ministro del Medio Ambiente, Luis Gilberto Muri
llo, dice que tal vez 2025. Y eso quién sabe, porque el tema ambiental es secundario.
Y no es solo esa región, son al menos ocho focos nacionales (pequeñas amazonias) de activa deforestación.
En reciente debate sobre asuntos medioambientales de candidatos a la Presidencia, casi todos solo son capaces de esbozar ideas vagas, citar ci- fras desactualizadas o proponer soluciones desenfocadas.
Pero tal vez más que la deforestación (atentado grave contra la vida animal incluida la humana y el futuro de los colombianos), duele es esa incapacidad de llegar a todos los rincones no solo a hacer presencia y defender el territorio en todas sus formas, sino a atender las necesidades de compatriotas que parecen ciudadanos de segunda o tercera clase.
Una incapacidad perenne que es la base de muchos de nuestros males y que parece se mantendrá así.
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Duele esa incapacidad de llegar a todos los rincones del país a atender a los ciudadanos.