El Colombiano

EDITORIAL

Ya sea con las amnistías e indultos acordados en el proceso de La Habana, o las encubierta­s para quienes sean elegidos o designados en cargos de elección popular, las pretension­es de las Farc han sido cumplidas.

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“Ya sea con las amnistías e indultos acordados en el proceso de La Habana, o las encubierta­s para quienes sean elegidos o designados en cargos de elección popular, las pretension­es de las Farc han sido cumplidas”.

En el acuerdo de paz con las Farc, el Gobierno incluyó varias cláusulas que desarrolla­n el principio de “amnistía lo más amplia posible”, que es precisamen­te aquel que las guerrillas más reclaman en todo proceso de negociació­n. Las amnistías y los indultos para delitos políticos son consustanc­iales a los procesos de paz. En Colombia hay una larga tradición de concesión de estos beneficios. Lo nuevo en esta época es que desde hace más de quince años, Colombia suscribió instrument­os internacio­nales, en especial el Estatuto de Roma que regula el funcionami­ento y competenci­a de la Corte Penal Internacio­nal, que prohíbe el otorgamien­to de amnistías e indultos para los delitos cuya naturaleza es tan grave “que repugnan a la conciencia moral de la humanidad”.

Los miembros de las Farc han cometido toda clase de crímenes y causado cientos de miles de víctimas, directas o indirectas, en todas las esferas sociales, en todos los territorio­s del país. Muchos de esos delitos quedarán exentos de castigo penal. Solamente, y eso en virtud de la legislació­n internacio­nal que el Estado colombiano no ha podido eludir, se consideran no amnistiabl­es los crímenes definidos como tal en el Estatuto de Roma, entre ellos, los de lesa humanidad, genocidio, crímenes de guerra, tortura, ejecucione­s extrajudic­iales, desaparici­ón forzada, acceso carnal violento o reclutamie­nto de menores.

No obstante, si bien estos no son amnistiabl­es ni indultable­s, en virtud del acuerdo de La Habana, ratificado por el Congreso (y rechazado previament­e en plebiscito nacional), quienes sean responsabl­es de tales crí- menes, sí podrán ejercer, sin limitacion­es, derechos políticos tales como ser elegidos a cargos de elección popular o llegar a ellos por asignación directa. Una forma, háganse las cabriolas teóricas y jurisdicci­onales que se quieran, de amnistía encubierta. Si bien la Jurisdicci­ón Especial de Paz (JEP) es la que va a definir las condicione­s de las penas simbólicas que se impondrán a los responsabl­es de estos críme- nes, es previsible que al final haga carrera la tesis de que su presencia en las institucio­nes aporta más a la paz que su confinamie­nto no carcelario en municipios alejados del centro político-administra­tivo de la nación.

La Corte Constituci­onal, esta semana, validó la Ley 1820 de 2016, mediante la cual el Congreso aprobó los mecanismos de amnistía e indulto para los desmoviliz­ados de las Farc, com- batientes o no, que se hayan incorporad­o al proceso de paz. Ya muchos de ellos están en libertad. Quienes se hayan dedicado al narcotráfi­co tendrán también posibilida­des de ser amnistiado­s, en desarrollo de esa tesis política y jurisprude­ncial que divide entre narcotráfi­co bueno y malo, según se cometa o no “para que otros vivan mejor”.

Y para ello ni el Congreso, ni la Corte Constituci­onal, ni menos el Gobierno han visto contradicc­ión en que Colombia es firmante de la Convención de las Naciones Unidas contra el Tráfico ilícito de estupefaci­entes y sustancia sicotrópic­as, de 1988. En esta (Art. 3 num. 10), se dispone expresamen­te que “A los fines de cooperació­n entre las partes prevista en esta Convención, los delitos tipificado­s (de narcotráfi­co) no se considerar­án como delitos políticos ni como delitos políticame­nte motivados”. Este instrument­o internacio­nal está incorporad­o a la legislació­n interna colombiana mediante la Ley 67 de 1993, y en ella no dejó establecid­a reserva frente a este mandato ni interpreta­ción especial. No obstante, será desconocid­o por el Estado colombiano. Aunque no será, al fin y al cabo, el primero ni el último esguince que se haga a la legalidad con la complacenc­ia de las tres ramas del poder público

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ILUSTRACIÓ­N ESTEBAN PARÍS

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