El Colombiano

DEJA QUE TUS HIJOS

- Por MANUELA ZÁRATE @manuelazar­ate

Deja que tus hijos corran, que alcen la voz, que se quiten los zapatos, que den vueltas en el pasto y si hay una pendiente que desciendan como un barrilito. Deja que hagan castillos en la arena que tengan cualquier forma menos la de un castillo. Deja que inventen palabras secretas, miradas que sólo tú sabes interpreta­r, que construyan un dialecto y de ahí que hagan junto a ti un ejército para enfrentar la vida. Deja que se escondan, que se refugien en la oscuridad, en el silencio, en un momento. Deja que busquen tu mano, cuando más lo necesitan o un día cual- quiera, camino a la escuela entre un cambio del semáforo, después de una discusión, o justo cuando sin querer pero queriendo te hicieron partícipe de un deseo o de un miedo.

Deja que sueñen. A todo color, a todo pulmón, con el pelo suelto, los ojos abiertos, las manos al aire. Deja que escuchen música, la que te gusta, la que aborreces, la que te aturde, la que usas para decir aquello que no sabes decir en tus propias palabras. Déjalos temer, luego enséñales a usar tus espadas, las que heredaste, las que forjaste. Deja que las guarden también. Deja que aprendan el valor de dar la media vuelta, de poner la otra mejilla, de morderse la lengua con últimas palabras que no servirán para cambiar nada.

Deja que amen. Libremente, sin remordimie­ntos, sin culpa, sin vergüenza. Deja que estrechen la mano, que canten el sentimient­o, que se les escape en una sonrisa que sea un cielo abierto. Deja que abracen, hasta los huesos, como si fueras una catedral.

Deja que aprendan el dolor, el peligro, la amenaza. Deja que lo sientan, que aprendan a sentir los latidos de su instinto y que poco a poco vaya ganando terreno la razón. Sin que despierte demasiado rápido, sin apurar el paso, cada etapa vivida a pleno. Deja que triunfen, que vuelen, que pongan los pies de nuevo sobre la tierra.

Deja que aprendan a ver la maravilla en lo pequeño. A mirar el detalle con fascinació­n, a darse cuenta que este pequeño mundo es inagotable. Deja que nutran su alma de lo intangible, que vean lo poderoso que puede ser encontrar lo extraordin­ario en un lugar que recorres todos los días. Deja que vean belleza donde nadie más la ve.

Deja que sean como son. Que acierten. Que yerren. Que causen el daño. Que pidan perdón. Que sepan lo que duele tener que agachar la mirada. Que lleguen a enfrentars­e a un nuevo comienzo. Deja que pierdan. Deja que descubran la humildad, la fuerza que tienen las piernas que han aprendido a volverse a levantar después de una caída. Deja que lo lloren. Que lo suden. Que lo padezcan.

Deja que se nieguen. Deja que se rebelen. Deja que te muestren el futuro. Sé valiente y sin que te gane la melancolía date cuenta que hay un trecho del camino que harán sin ti. Deja que den sus propios pasos. Camina junto a ellos, y míralos andar. Diles lo que sientes. Haz lo que tengas que hacer. Vive una vida junto a ellos y no por ellos. Deja que aprendan. Date cuenta que un día tendrás que dejarlos ir. Deja la puerta siempre abierta Y deja que vuelvan

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