La voz real “Una mujer fantástica”, de Sbastián Lelio
Vemos por primera vez a la mujer fantástica del título cantando “Periódico de ayer” de Héctor Lavoe con una voz que no puede ser suya, en un escenario donde luce preciosa y la podemos contemplar con el mismo arrobamiento que Orlando, el hombre que está enamorado de ella y que ha ido a recogerla para celebrar. Tal vez la intención de Sebastián Lelio sea que creamos que sí es Marina la que canta, porque después nos la mostrará en clases de canto lírico, pero podríamos pensar también que no, que quería dejar claro desde el comienzo de su historia, que Marina está acostumbrada a esconder su voz para poder ser aquello que sueña frente a todos. No le faltarían razones. A lo largo de “Una mujer fantástica”, veremos cómo la sociedad en la que vive —que es la chilena pero perfectamente podría ser la colombiana— le pide a Marina a cada minuto que se esconda: que diga su verdadero nombre, como si el que tiene, por el que la llamaba Orlando cuando se amaban, no fuera justamente el que dice la verdad sobre su ser; que acepte que su versión de que Orlando se cayó por las escaleras no es creíble (y Lelio nos muestra el accidente sabiendo que si no lo hace varias personas del público también lo creerían) porque el que pregunta supone que por ser una mujer transgénero, no es de confianza; que sea discreta en su dolor, para que nadie sepa que Orlando dejó lo que tantos consideran una familia perfecta, por ella. En esa reiteración yace la potencia de la película, pues Lelio es capaz de confrontar la visión cerrada y tradicional de América Latina sin hacer un panfleto, poniendo atención en narrar al detalle y con sensibilidad, la historia personal de Marina. Como en su película anterior, “Gloria”, Lelio confronta al espectador biempensante haciendo explícita la intimidad sexual de su personaje central. “¿Se creen muy tolerantes, cierto? Entonces pruébenlo”, parece decirnos. Ese ánimo combativo, le viene muy bien a la película, que encuentra sus mejores momentos en aquellas escenas en que Marina rompe con la “etiqueta” de “lo aceptable” y se enfrenta a los que pretenden callarla o menospreciarla. Aunque algunos, más ortodoxos en creer que el cine con discurso social debería ser apegado totalmente a lo realista, los consideren innecesarios, son los coqueteos con lo onírico (un ventarrón que se ensaña con una persona, una aparición que se te toca y te besa, una fiesta pequeña que se convierte en un carnaval deslumbrante) los que al final le brindan a “Una mujer fantástica” una belleza narrativa y un impacto emocional que a lo mejor no habrían conseguido de otra manera. Porque al llevarnos al terreno de la fantasía, hacen más duro el aterrizar en la realidad de las cintas que te amarran, que pretenden no dejarte hablar. Por fortuna Marina, con nosotros a su lado, conseguirá gritar a voz en cuello, a los que no quieren oírla, encerrados, que ella tiene derecho a existir. Que si no les gusta su verdadera voz, tendrán que taparse los oídos. O esconderse.